“Por fin ha encontrado Charles Dickens un biógrafo a su altura”, dice la publicidad de Charles Dickens. El observador solitario, que Edhasa acaba de editar. Por fin, he pensado yo, se publica esta biografía que apareció en 1990, sin subtítulo, escrita por Peter Ackroyd y editada por Sinclair-Stevenson. Mi edición de Minerva es de 1993, una edición popular, nada que ver con el concepto de edición popular que se tiene por estos pagos, es decir, está cosida, bien impresa, con dos pliegos de fotos en papel de calidad, y el papel no se ha desintegrado dieciocho años después. La compré en su casa-museo de Doughty Street, una de las pocas casas de escritores (las otras son las de Baroja en Itzea –muchas veces-, Unamuno en Salamanca y Valle-Inclán en Vilanova de Arousa) que me ha apetecido visitar porque quería respirar no el aire sino el color de su retiro artístico. Recuerdo que Dickens escribía en un sótano de techos bajos forrado de libros, con una mesa grande en medio. El dato me interesaba mucho no ya tanto por cuestiones literarias sino mobiliarias. Me gustó (luego lo he visto en más casas inglesas) que la mesa no estuviera ni contra la pared, como cuando falta espacio, ni de espaldas a la pared, con ese aire de despacho al que siempre le falta un cliente sentado delante de la mesa. Esta mesa estaba en el centro geométrico de la estancia. No era la peana del escritor ni tampoco su reclinatorio. Era el centro, la sustancia, lo importante. El estudio no era un sitio para recibir, y estaba puesta donde ponen la mesa los carpinteros o los cocineros o los modistos, en el centro, equidistante de todo el material de que se nutre la labor. No era un escenario para una figura sino un obrador de literatura.
Quedé tan impresionado que al salir compré su biografía, en la que mis ojos pecadores ya se habían fijado nada más entrar. Pero la geometría concéntrica de la creación que había visto, y con techos bajos, hizo el resto. En un célebre retrato de Tolstoi se ve que escribía en Yasnaia Poliana debajo de una claraboya, con la mesa contra la pared y también en un sótano con aspecto de húmedo. Otro retrato, sin embargo, lo pinta sentado a una mesa con diablillos en los bordes, para que los papeles no se salgan de sus límites. Uno no sabe bien a qué atenerse. Igual solo se puso en esos sitios para el retrato. Pero lo de Dickens era tan razonable, tan clever, que desde entonces tengo claro que se trata de la disposición más apropiada para quien quiere olvidarse de sí mismo y centrarse en lo que está haciendo. Estar contra la pared tiene algo de confesional, de autobiografismo, y si en la pared hay una ventana terminas víctima de la literatura contemplativa. Desde el estudio de Dickens solo se veía el gris oscuro de las cocinas victorianas.
Aquella edición de Minerva tiene 1256 páginas de apretada tipografía, casi el doble de las que tiene su traducción al español, 771. Teniendo en cuenta que, en el caso de Libertad, de Franzen, la edición inglesa tiene 562 páginas y en la española, con tipografía más reducida y caja más ancha, 667, hay algo no encaja: o la tipografía de la traducción de Edhasa es para miniaturistas, o el prestigioso traductor Gregorio Cantera ha hecho más recortes que Esperanza Aguirre, porque de haber publicado la edición abreviada, que la hay, es de suponer que lo dirían. Tengo que pasarme por la Casa del Libro para proceder a una cata en condiciones. Aunque lo que debería hacer, aprovechando las dudas razonables, es leerlo en inglés. En mi edición hay una marca de lectura en la página 912, pero hace tanto tiempo que ya no sé ni lo que significa.
Pues yo me quedo con la mesa frente a la ventana...
ResponderEliminarEn verano, en mi amplia casa de un pueblo conquense (que mis padres vendieron en tiempos difíciles, algo irreparable) prefería la mesa redonda de noble madera de cerezo en el centro y con vistas al balcón.
ResponderEliminarEn mi casa de Madrid (libre por fin de hipoteca) me gusta la mesa alargada que tengo (dos metros setenta) de sólida madera de pino (nada de melanina y demás sucedáneos) contra la pared y debajo de la doble ventana con estores.
La mesa es todo...
No soy escritor pero paso ratos en unas y otras mesas.
ResponderEliminarCuando vivía, solo, en Castellón tenía una mesa en el centro de un salón bastante grande, con una silla. Nunca llegué a cambiar la disposición, que era muy cómoda para limpiar y amontonar cosas alrededor, pero constantemente giraba el cuello con la sensación de que algo se movía un poco fuera de los límites de mi vista. Era incómodo y un poco inquietante.
JCarlos Navarro