23.1.12

Libros de la guerra, 2



El libro de James Neugass me ha deslumbrado por muchas razones, pero me doy cuenta de que había algo de ese entusiasmo al leer el de Chaves Nogales, La defensa de Madrid. Por encima de cuestiones ideológicas, lo más atractivo de Chaves es que su libro parece recién escrito, con la urgencia de una crónica expurgada, aparentemente, de tópicos novelescos. Algo parecido sucede con La guerra es bella, pero en el caso de Neugass los tópicos están todos proscritos. No recuerdo haber leído la palabra drama o tragedia o lucha fratricida o todas esas campanudas perlas con que los escritores tratan de llenar de pathos lo que por sí solo ya tiene a mansalva. Hacia el final del libro, un libro con miles de microrrelatos significativos, de metáforas reales, no juegos de palabras, hay un detalle que subrayé con especial cuidado. Hasta entonces Neugass no había hablado de dos asuntos capitales en una guerra: el trato a los prisioneros y el hecho de pegar tiros. Lo suyo son las heridas, los bombardeos, los escombros, la supervivencia en condiciones extremas y heladas, el retrato de las víctimas civiles, las curiosidades en materia sanitaria y armamentística (el autor incluye una propuesta de mejora del servicio de ambulancias de guerra que no sé si se tuvo en cuenta en la II Guerra Mundial) o el retrato entre antropológico y poético (si no es la misma cosa) de los hombres y mujeres que padecieron aquella salvajada. Habla sin tapujos de las heridas irreversibles y jamás usa eufemismos para describirlas, pero tampoco emplea nunca el morbo ni el regodeo. Al hablar de la herida en el estómago de un prisionero, Neugass se niega, por cortesía, a describirla, y el lector agradece que en ningún momento se despeñe por lo meramente repulsivo, por el morbo sanguinolento al que difícilmente se resistiría un autor español de la época. Incluso creo que hay más verdad en esa forma de eludir los detalles escabrosos, como si con ello barnizara, sin decirlo, su prosa de un tenue brillo de piedad.
Pero Neugass, hasta casi el final del libro, solo pega un tiro, más bien una andanada, con una pistola, en Valencia, contra un francotirador escondido tras una chapa de metal en una ventana alta. Después regala a un soldado su largamente ansiada pistola, aunque después, un poco como Sancho con el burro, dice que aún la tiene. Pero sí, entonces, deja entrever que sus tiros no hirieron a nadie, o al menos no fue consciente de haber matado a nadie. Esta coartada whitmaniana preserva al autor de ser parte del conflicto y lo aísla en su diario como un observador ilustrado, más de la estirpe de Burrows o Ford que de la de Montesquieu, más observador curioso que inflexible censor. Me quedo con las ganas de ver qué siente el autor cuando ceba un cañón, cuando dispara una ráfaga de ametralladora, cuando apunta a un soldado que se arrastra entre las aliagas para ganar unos metros de terreno. Lo peor de la batalla de Teruel es que sólo sirvió, entonces, para que el ejército republicano le ganase unos 18 kilómetros de frente al ejército rebelde, y todos ellos fuera de Teruel. Ya sé que la suerte estaba echada, pero el libro termina en la primavera del 38. James Neugass no deja pasar esta observación, más útil que cien trenos sobre la futilidad de la guerra. Pero en esa futilidad hay muchos tiros y, sobre todo, muchos hombres que pegan tiros. Neugass no es uno de ellos, y a mi juicio eso lo hace todavía más héroe, pero no evita que se pringue en la locura colectiva. En los momentos más duros de su odisea ya no hay aprensiones de ninguna clase:
"Los fascistas avanzan muy rápido. He matado a tres, cinco, ocho. A uno con cuchillo, a los otros con bombas. Por la noche. Podría haber matado a más. Todavía tengo mi coche. Como aceitunas caídas de los árboles, difíciles de encontrar bajo la luz de la luna. No estoy seguro de dónde estoy. Separado de mi unidad. Con la infantería. Buscando las líneas. ¿Hay líneas? Todo es muy confuso. Muy mal. Me duele la herida. Tengo que seguir adelante, ir a algún sitio. Dios mío. Muy mal..."
El otro asunto es el de los prisioneros. La única razón por la que hay prisioneros en una guerra es que cada uno de ellos vale por otro compañero preso. “No se matan hombres, se matan uniformes”, dice Neugass, aunque luego viene la depuración de responsabilidades, es decir, las masacres indiscriminadas. Luchábamos sin odio, se titula uno de los diarios de guerra que tengo en la mesita de espera. Es difícil creérselo. También Eneas se apiada de su enemigo Turno… hasta que se da cuenta de que es el que ha matado a su amigo Palante, y acto seguido lo ensarta como a un cochinillo. Neugass observa el terror en los ojos de un preso fascista al que están curando una herida grave, pero en vez de filosofar sobre el terror recuerda que en las guerras los servicios sanitarios se vuelcan con los heridos leves, que pueden volver al ruedo, como los caballos recosidos, mucho más que con los heridos graves, que requieren mucho tiempo, mucho esfuerzo y mucho dinero, y al final se mueren igual. A ese preso enfermo se le da el mismo trato que a los demás, pero en la página siguiente Neugass nos cuenta cómo un brigadista alemán ejecuta en el acto a un fascista alemán porque este argumenta que se vio forzado a alistarse en el ejército de Hitler si no quería que lo echasen del ejército y su mujer y su hijo no tuviesen con qué comer. Su compañero y enemigo le pega dos tiros ¡por mercenario!
La glosa del libro de Neugass sería tan larga como el propio libro. Ninguno de los detalles que acumula es plano. Todos encierran un significado literario, un sentido profundo que es la diferencia entre un mero inventario de datos y un libro de verdad. Estaría bien hacerse con la versión original, pero dudo mucho que la extraordinaria frescura de la prosa sea responsabilidad de una traducción moderna, porque en Estados Unidos, en los años 30, ya se escribía así. Donde no se escribía así era en España, ni entonces ni después. He cometido el error, después de Neugass, de abrir el Concierto al atardecer de Ildefonso Manuel Gil, publicado en 1992 (aunque, según su autor, empezado veinte años antes), que empieza con la siguiente perla:
“La columna, peana del becerro de bronce que da la grupa a Castilla y apunta con sus cuernos a Europa, tan lejana, el famoso becerrico símbolo de la ciudad y contrapeso totémico al sentimentalismo de los no menos célebres “Enamorados”, daba sólo una levísima franja de sombra, rendija abierta en el muro macizo de sol de la plaza en esa hora de la siesta, con los comercios cerrados y los escasos transeúntes deslizándose bajo la sombra protectora de los porches”.  
Eso de aperitivo. Voy a merendar a ver si me leo el segundo párrafo.
Pero volviendo a Neugass. Al principio de mis encendidos elogios (con fuego amigo) comparé a Neugass con Hemingway. Es un error. Cada palo debe aguantar su vela y la comparación con Hemingway debería reducirse al pastel de celulosa de Por quién doblan las campanas. Me la ahorraré. Basten las palabras del propio Neugass sobre Hemingway:
“Matthews y Hemingway son los únicos no militares y no españoles que he visto en España. Una vez, cuando estaba trabajando en un boquete de bomba, pasó una pequeña furgoneta a tal velocidad que tuve que representar el número de zambullida en la zanja que suelo hacer cuando los aviones se acercan. “Ese es Hemingway”, dijo uno señalando la nube de polvo que desaparecía.
‘Es un escritor y yo soy un escritor’, pensé, y seguí trabajando”.

3 comentarios:

  1. Palomero11:22 p. m.

    Estoy leyendo el libro. Está bien. La parte que más me ha gustado es la del Frente de Teruel desde que sale de Alcorisa. Será por el "ombliguismo" De las pàginas 150 a 160 están, para mi, los mejores pasajes:
    -¿De que viven los habitantes de estas tierras pedregosas y sin árboles?
    -El diálogo con Ribas, el campesino de Mezquita y lo chocante que le parece la forma de comer y beber de esta familia: su ahorro en platos y vasos.
    -La primera vez que,desde entre Argente y Visiedo, ve el territorio fascista al otro lado de "LA Palomera". No me gusta ese LA. Por cierto, ¿existen Diarios de Guerra escritos por soldados del otro bando en el frente de Teruel?.
    Saludos

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  2. En el 'Diario de guerra' de Alberto Guna (editorial Divalentis)encontrarás una bibliografía bastante completa. Hay más, claro. Conozco la parte correspondiente a Teruel del libro de Javier Nagore 'Luchábamos sin odio', de siniestro título, pero que hace honor al contenido porque cuenta aquellos días como alegres jornadas de caza, un poco como si Rafael García Serrano hubiera estado en Teruel, que no sé si estuvo. Tengo muchas ganas de leer 'La brigada de los toreros', pero también es un testimonio de soldados republicanos. Supongo que conoces de sobra el libro de Pompeyo García, un punto de vista civil y de derechas, útil por los detalles y por de qué diferente manera puede la gente ver el episodio de la evacuación, uno de los que a mí más me interesan.
    Celebro que te guste Neugass.

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  3. Palomero11:50 p. m.

    Si, leí La Crónica humana de la batalla de Teruel de Pompeyo Garcia y me gustó. Tanto los testimonios de ex-combatientes que él recogió, como la parte autobiográfica del autor, niño de 10-12 años entonces, en la que relata los hechos que presenció dentro de la ciudad de Teruel y su posterior evacuación a Valencia con parte de su familia. Si, Pompeyo es de derechas pero su relato es bastante imparcial como demuestra su visión y opinión crítica de las ejecuciones de la Plaza del Torico y de la sensación de repugnancia que le produce el encuentro con uno de los tres "matarifes" en el tren de la estación de Segorbe cuando él iba buscando a su padre entre los evacuados.
    Gracias por la información que me proporcionas. Leeré el libro de Guna y, si puedo, los otros que me recomiendas.
    Saludos

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