27.1.13

Vendaval



La selección española de balonmano va a jugar la final del campeonato del mundo envuelta en varios halos de desconfianza. Quien más quien menos teme que Dinamarca se recree como lo hizo con Croacia, y quien menos quien más teme que el Palau Sant Jordi se sume a la fiesta danesa. Lo segundo me importa menos que lo primero porque en la tele apenas se ve a los espectadores y porque estos bigardos no necesitan el aliento de la multitud para comportarse como guerreros clásicos.
               Pero lo primero me tiene más preocupado. He visto unos cuantos partidos del campeonato y en la mayoría el duelo estaba cantado a los cinco minutos de empezar. El colmo fue Dinamarca cuando cogió unos metros de ventaja en los primeros compases del partido ante Croacia y se conformó con mantener la distancia hasta que, llegando al final, dio unos cuantos martillazos para remachar los clavos del ataúd. Mikkel Hansen se limitó a bombardear a sus propios compañeros con asistencias que se iban acelerando hasta que un extremo con aire de gnomo, Eggert, el Puck de Dinamarca, ensayaba una fantasía que le dio hasta nueve veces resultado. Croacia no tuvo nada que hacer, y lo peor es que pareció asumirlo al mismo tiempo que los espectadores, cuando aún no habían ordenado en el asiento las pipas y el teléfono.
               Es posible que esta tarde pase algo parecido. El juego danés contemporiza hasta que llega el momento de machacar; deja que los rivales se vacíen y se desmoralicen, como el Barça. Esta superioridad previa, absoluta, ataca a la mayoría de los deportes de equipo, aunque no sean selecciones. La clasificación de la Liga Asobal es en ese sentido escandalosa. Un equipo lo gana todo, otro intenta seguir la estela, y el resto están perdidos en la medianía. Sucede casi lo mismo que en Formula 1: si al principio de la temporada un coche corre una décima más rápido que el resto, la suerte está echada, por mucho pundonor y maniobras orquestales que se les quieran oponer, y esa diferencia mínima progresa geométricamente hasta la aplastante superioridad. Quedan partidos hermosos e intensos: el Francia-Croacia, por ejemplo, con dos equipos que corrían en la misma décima.
               ¿Ha habido siempre un solo equipo que descollase de manera tan rotunda? El balonmano se ha hecho un deporte de precisión cuyas variables se reducen al portero, lo único incontrolable. Hoy en día el portero es todo técnica e instinto. A la velocidad a la que le disparan zambombazos desde seis metros (menos aún en carrera) no puede más que confiar en reacciones previas al pensamiento. Veo jugar a Landin y me imagino que todos los días practicará el kunfú, no tanto para mejorar la elasticidad como para someter su mente a un nivel de concentración superior. Da la sensación de que escanea mentalmente todas las posibilidades del lanzamiento y corrige un poco su posición para ocupar un mayor porcentaje de todas las trayectorias, de modo que muchas veces no parece que detenga los balones o los desvíe sino que los lanzadores apunten sistemáticamente al muñeco, como si los tuviera hipnotizados.
               Todo lo demás es previsible: defensas durísimas, centros poblados, extremos voladores. El duelo, en realidad, no es entre dos equipos sino entre dos piezas concretas. Sterbik, por lo visto este campeonato, ha mostrado ser menos constante que Landin; más, digamos, currista. Con Alemania estaba ido y con Eslovenia hizo, entre otras muchas, la parada más hermosa del torneo, subiendo el pie derecho por encima de la cabeza para despejar un lanzamiento cuando las manos estaban acudiendo a la trayectoria más abierta y no tenían tiempo de parar la inercia y volver porque el balón llegaba a más de cien kilómetros por hora con efecto de dentro afuera. Una pasada. La duda es si Sterbik estará igual de bien hoy que Mikkel Hansen querrá sacarse unas fotos celebrando goles y que a René Toft ya no le importa demasiado que lo sancionen por partirle un hueso a alguien ni al entrenador que El junco danés, que no me acuerdo de cómo se llama, dispare desde nueve metros a más velocidad que otros desde cuatro.
               Este jugador indica, además, por dónde va el balonmano. Tiene la talla de un pívot de baloncesto, del pívot que antes era siempre reserva porque, de tan grande, resultaba un poco sopazas, un monstruo de pies grandes y cabeza pequeña, un poco como ahora es, en España, Ángel Montoro, el Romay de nuestro balonmano, lo que antes era Juancho, por ejemplo, un gran jugador, excelente pivote, pero que no tenía la destreza de estos tallos. Si a mí me gusta el balonmano es porque no soy demasiado alto. En el colegio las jirafas elegían baloncesto, los altos voleibol, y los demás fútbol o balonmano. El balonmano adquirió, como ya comenté aquí, la talla de los héroes, ese metro noventa que debía de medir Héctor, hijo de Príamo. Y sin embargo conservaba los extremos pequeñajos y los laterales no muy grandes. Ahora empieza a requerirse para jugar a balonmano la misma talla que para jugar a baloncesto, y eso, en términos de corpulencia, es la raya que separa al mozarrón del androide, al atleta del fenómeno. Dentro de unos años el balonmano será saltar y tirar, como un baloncesto hacia abajo. De momento es el juego de equipo que más fortaleza y apostura sigue exigiendo, pero Sterbik ya es un gigante que no cabe por la portería (mordaza es a una gruta, etc.), y  en Dinamarca, aparte del Junco, ya se ve asomar el retrofuturismo en Mikkel Hansen, que tiene aspecto de postneanderthal.
               Pero no valen excusas. Siguen siendo humanos; su carrocería, junco aparte, aún es la de los guerreros, los chicarrones, los mozos que llamamos para que nos ayuden a colgar el cerdo y destazarlo.  ¡Llama al hijo de Atilano, dile que venga, que no podemos con el toro!, y venía el muchacho, Atilano Entrerríos, qué pasa, decía, ahí va de ahí, y cogía el toro por los cuernos mientras los vecinos le trababan las patas, y parecía Sansón. Pero era un Sansón posible, verosímil. Todavía no era Superman, aún era Josechu el Vasco. En este caso, asturiano.
               La velocidad a la que juega Dinamarca es tan inverosímil como su junco de 212 centímetros de largo. Los ves poner la pelota en funcionamiento y de pronto solo atisbas su estela y un confuso movimiento de cuerpos del que sale un disparo inalcanzable. Esta tarde va a jugar el balonmano de hoy con el de mañana. Ojalá tenga que comerme mis palabras, pero me temo que solo podemos ganar si Sterbik está mejor que Landin y todo lo demás funciona mejor que nunca. Nuestra baza está en nuestro gigante, en nuestro humano menos humano. Los hombres solos no harán frente al vendaval. 

4 comentarios:

  1. El público, no tengo la menor duda, apoyará al equipo local.

    El Barça no suele desmoralizarse últimamente, ¿eh?

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  2. Nos hemos pasado por la piedra al gnomo, al Junco, al postneanderthal y a todos los chicos-Dogma. Somos campeones!!!

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  3. Anónimo8:03 p. m.

    Las palabras no se comen. Quién dijo que vivir es apostar a no perder. Estabas muy en lo cierto, mucho.

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  4. Anónimo11:29 p. m.

    ¡Épico!, ¡Heróico!, Qué aburridos estamos, ¿no?
    Esto sigue siendo unos señores correteando con una pelotica. Y unos señores mayores ya, no unos niños.

    Que se pongan a currar ya, hombre, que hagan algo de provecho.

    Y vosotros también, que ya vale de peloticas y de paridas. ¡A currar, que el país os necesita! y no tanta pelotica tanta pelotica, que estoy hasta las peloticas de deportes chorras ya.

    Ni la radio se puede oir tranquilo a fuerza de comentar a esos señores que corretean con peloticas y ahora vengo aquí y dale con la pelotica. Manaña comentaremos... ¿el Barsa Madrid?

    Un abrazo y que os dejeis de chorreces hombre.

    Y campeones serán ellos, no nosotros.

    JCarlos

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