22.5.13

Preterición de los jardines


Geórgicas, IV, 116-148

Y si yo, en verdad, casi al fin de mi labor
no fuera ya plegando velas y a tierra la proa
corriese a enderezar, acaso cantaría
al arte del cultivo que cura y embellece
los frondosos huertos, los rosales de Pestum,
que tienen dos floradas, cómo la endivia goza
bebiendo en el arroyo y verdean de apio
las orillas y crece, torcida entre las hierbas,
la panza del cohombro; y no habría callado
al narciso tardío en echar la melena
o a la penca del cardo flexible y a las pálidas
yedras y a los mirtos, que aman la ribera.
Recuerdo haber visto, bajo los torreones
de la alta ciudad de Ébalo, allí donde
baña el negro Galeso los campos amarillos,
a un viejo coricio a quien pertenecían
unas pocas yugadas de tierra abandonada,
y la mies ni era fértil para darle a los bueyes
ni buena para el rebaño ni al gusto de Baco.
Él, sin embargo, ralas plantaba las verduras
entre los matorrales, rodeadas de lirios
blancos y de verbenas y de ricos ababoles,
e igualaba en orgullo el poder de los reyes
y al volver a casa, entrada ya la noche,
de balde en las mesas manjares descargaba.
El primero en coger rosas por primavera
y frutas en otoño, y si el lóbrego invierno
quebrara con el frío hasta la mismas peñas
y frenasen los hielos el curso de las aguas,
pelaba de un blando jacinto la melena
y del tardo verano y los céfiros remisos
iba despotricando. Conque era el primero
en tener abundancia de crías de abeja
y de enjambres repletos, e hiñendo los panales
en extraer de ellos la espumosa miel:
había puesto tilos y ubérrimos laureles,
y de cuantos frutos se hubieran vestido
con renovada flor los árboles fecundos,
otros tantos maduros cogía en otoño.
Los olmos ya crecidos trasplantó en hileras
y el recio peral y el espino con prunas
y el plátano que sombra ofrece a los que beben.
Pero, como me salgo de los estrictos límites,
voy a pasar por alto estas evocaciones
y dejarlas a otros que vengan tras de mí.

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