3.6.13

La vida breve



Geórgicas, IV, 197-218


Asombra una costumbre que agrada a las abejas,
que ni quieren la cópula ni a Venus indolentes
abandonan sus cuerpos o paren con esfuerzo:
ellas mismas, en cambio, escogen con la trompa
las crías de las hojas, de las delgadas hierbas,
ellas mismas procuran un rey y sus pequeños
ciudadanos, y vuelven a erigir la corte
y los reinos de cera. A menudo, incluso,
en duros peñascos las alas se quebraron
en su errante vagar, y bajo los bagajes
el alma se dejaron: tanto es su amor
a las flores, la gloria de fabricar la miel.
Y aunque de su breve vida el fin les llegue,
pues no va más allá del séptimo verano,
sin embargo perdura la raza inmortal
y aguanta muchos años la dicha de la casa
y se cuentan abuelos de abuelos. Así es que
ni el Egipto venera de tal modo a su rey
ni la Lidia anchurosa o los pueblos de los partos
o el Hidaspes medo. Mientras el rey les dura
en todas las abejas hay un solo corazón;
cuando ya lo han perdido, quedan rotos los pactos,
ya mismo han saqueado la miel que almacenaron
ya dejan destrozada la trama de celdillas.
Él es el que vigila los trabajos, lo admiran
y con denso zumbido lo rodean y escoltan
todas arracimadas y lo alzan en hombros
y le ponen sus cuerpos de escudo en la guerra,
y de hermosa muerte buscan caer heridas.

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