Geórgicas, IV, 281-314
Mas
si a uno le ocurre que todos los enjambres,
de
pronto se le mueren y no queda de donde
sacar
estirpe nueva, tiempo es de contar
la
invención memorable del pastor de la Arcadia,
y
cómo muchas veces ha criado abejas
la
sangre corrompida de los novillos muertos.
Remontándome
atrás a su origen primero
voy
a contar entera esta famosa historia.
Por
allá donde el pueblo de Canopo Peleo
habita
venturoso el Nilo, que produce
inundaciones
cuando el curso se desborda,
y
recorre sus campos en barcas de colores;
allá
donde amenaza la vecindad de Persia,
su
aljaba al hombro, y el río fecunda
con
negro cieno al verde Egipto, y discurre,
tras
bajar del país de los indios pintados,
a
raudales por siete ramales diferentes,
toda
esa región funda en este artificio
la
fe en su bienestar. Lo primero se escoge
a
intención un lugar reducido y lo cubren,
con
techo a teja vana y angostos tabiquillos,
y
abren a los cuatro vientos cuatro ventanas
que
permiten que pase indirecta la luz.
De
seguido se busca un utrero que tenga
la
cuerna en la frente ya curva, y le tapan
de
la boca el resuello y entrambos ollares
por
más que se resista, y una vez muerto a golpes
las
entrañas majadas se van descomponiendo
sin
quitarle la piel. Así dispuesto lo dejan
en
recinto cerrado, y bajo el costillar
trozos
ponen de ramas, tomillo y casias verdes.
Cuando
echan a rizar los Céfiros las olas,
esto
tiene ocasión, antes de que los prados
pinten
nuevos colores, antes de que chillonas
cuelguen
las golondrinas su nido del alero.
Entretanto
fermenta el humor calentado
en
las entrañas tiernas, y hay que ver la de bichos
con
sus formas extrañas, faltos de pies primero,
luego
haciendo ruido incluso con las alas
que
se mezclan y aspiran aire puro e irrumpen,
como
cae la lluvia con nubes de verano,
igual
que las flechas que dispara la cuerda
si
los partos ligeros inician el combate.
Ilustración de Juan Carlos Navarro (1998)
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