Geórgicas, IV, 228-250
Si
su augusta sede a destaparla fueres
y
a sacar la miel que guarda en su tesoro,
refréscate
la cara con un poco de agua
y
restriégate, y echa persistente humo.
Dos
veces acumulan los frutos abundosos,
dos
son las temporadas de castrar, si Taigete
la
Pléyade a la tierra mostró su hermosa faz,
y
apartó con el pie las aguas despreciadas
del
Océano, o cuando esta misma estrella,
escapando
del Piscis lluvioso con tristeza,
a
las ondas de invierno desciende de los cielos.
Su
ira es sin medida, inoculan el veneno
a
mordiscos, pegadas a las venas, y dejan
el
aguijón metido, y mueren en la herida.
Si
en cambio el crudo invierno te preocupa
y
miras al mañana y lamentas que tengan
los
ánimos caídos, la hacienda quebrantada,
¿quién
duda sahumarlas con tomillo y cortar
las
ceras inservibles? Pues a veces un geco
comió
de los panales escondido, y las celdas
enjambráronse
de bichos que escapan de la luz
y
el zángano que al pienso ajeno se apalanca,
o
bien se introdujo, con armas desiguales,
el
áspero avispón, o tiñas de mala raza,
o
las mismas arañas, odiadas por Minerva,
suspenden
en la puertas sus hilos extendidos.
Cuanto
más esquilmadas, con tanto más empeño
se
afanan todas ellas en levantar la ruina
de
una estirpe caída, y reharán las celdas
y
otra vez labrarán con flores los panales.
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