30.9.19

Broza


Los mastines miran con recelo las brozas del cenador. Al levantar la alfombra de humus y raíces en la que se tumbaban después de comer ha quedado al descubierto el cemento verdoso. Me ven rascar los grumos de tierra con el palanquín y yo me acuerdo de cuando era pequeño y todos los vecinos hacían obras en sus pisos, y en el patio trasero quedaban montañas de escombros que recogía un señor con una gorrilla blanca que venía en un carro tirado por un burro. Recuerdo el burro, grande, legañoso, cárdeno entrepelado, y al hombre, que no hincaba la pala en el montón sino que también iba rascando el suelo y conforme avanzaba lo iba dejando limpio como la patena. No sé por qué verlo me daba placer, quizá por lo meticuloso del trabajo, la limpieza que usaba aquel hombre para trajinar con desechos y aljezones y emplear entera la mañana en llenar el carro, mientras el burro dormitaba. Pienso en ello cuando veo a los mastines tumbadazos, con el hocico pegado al suelo, mirándome sin pestañear, como si la coreografía  los hipnotizara, o la misma táctica minuciosa que me hace enredarme en cortar hasta los cilios aún visibles. Me ven serrar el tronco de una yedra muy desarrollada y levantar planchas de humus tramadas con raicillas que huelen a ellos, cómo un sol duro se apodera de su lecho cuando corto los mechones de hojas lacias que cuelgan del travesaño.
Por muy rasas que las deje, las yedras y las madreselvas volverán a brotar, y es posible, si no se cruza la Parca, que vuelva a verlas otra vez igual de alegres y desparramadas. Incluso es posible que los mastines, que son muy jóvenes, puedan volver a emboscarse entre ramúnculos de yedra, sobre las hojas muertas de otros años y la tierra que va arrimando la lluvia. Hasta entonces se irán a sus otros escondrijos, un sitio cerca de la comida y encarado a la verja de entrada, lo suficiente tupido y boscoso como para que nadie los vea observar. 
Les guardo un regalo, otro escondite perfecto, una terracilla delante del cuarto de las herramientas, cubierta de escaramujos, tablones de madera podrida y restos de microtubos, impracticable, que limpiaré y cubriré para que en días de lluvia se metan y se tumben a contemplar la vega.

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