Nuestras especies protegidas son aquellas que no es lógico que estén, sobre todo dos, las hortensias y una hermosa higuera. Las primeras resistieron bien los fríos los primeros años con resguardos y protecciones, luego ya no necesitaron más. La higuera llevó más tiempo. Hará, por lo menos, quince años estuve en un tribunal y el presidente, hombre de espíritu campestre, me regaló unos hijos de higuera que acababa de cortar. Yo los planté a pelo, en el primer cuello que encontré, de cualquier manera, y durante años permanecieron las estaquillas, que crecían un centímetro en verano pero se secaban en noviembre con las primeras heladas. Incluso, si resistían el invierno, alguna sacaba una hoja tímida que volvía a caer en las rosadas de abril.
Y así estuvieron las estaquillas, envueltas en zarzales, sin medrar. Pero los árboles son pacientes. En dos años de cuidados, de riegos frecuentes y limpiezas, la higuera reventó y las ramas se han hecho más altas que nosotros. De las estacas primitivas ha quedado un arbusto de tres ramas divergentes de los que a su vez brotaron ramones en forma de asiento. Como es sabido, las ramas de la higuera crecen más o menos paralelas al suelo unos centímetros, hasta que giran y empiezan a ascender. Eso hace que en muchas higueras hechas árbol las tres ramas grandes partan dejando unos brazos para sentarse. Cuando Zaqueo se subió a una higuera, en realidad se estaba sentando en butaca de platea. Y no me extrañaría nada que el dicho estar en la higuera se refiera a ese cómodo asiento, emboscado entre hojas grandes, ásperas, pero de un verde joven, brillante, tomado del amarillo de los peciolos antes de que se cubran de un color vinoso.
Este año, además, han salido higos. Duraron poco, se los comieron los pájaros (avibus praedam), más al tanto que nosotros. Vinieron las urracas vespertinas, que posan en las ramas altas de los chopos y en el cable de la luz, y desde allí ven nacer las brevas, y es posible incluso que esperen unos días hasta que ganen peso y volumen para zampárselas. Quién sabe. Pero ya nos hemos pertrechado de mallas verdes para protegerla, y los hijos los plantamos en macetas hasta que vuelven a brotar, y entonces los vamos añadiendo a la higuera mayor, la primera que se adaptó a los fríos, con el fin de crear una pared de hojas de higuera y mirarla desde la ventana.
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