Estos castaños bordes, de Indias que los llaman, tienen fruto venenoso (no mucho, porque los mastines también pelan las castañas), y vinieron en la época de la sombra ornamental. Dos de los tres que sobrevivieron están bebiendo de la acequia, y uno de ellos se ha espigado mucho tratando de salirse de la noguera, que le tapa la luz. El otro, incluso con heridas en el tronco que dejan ver la madera ya descolorida, ha prosperado a pesar de los riegos infrecuentes. Pero llega un momento en que las raíces ya saben buscarse la vida y chupar del que más tiene, o hundirse y llegar hasta una charca subterránea. Todo indica que a pesar de la difícil adaptación el castaño ya es adulto y goza de buena salud. Los otros meten sus pies en el agua, y a pesar de que, hará cuatro o cinco años, al vecino se le fue la mano con el ribazo cuando estaba quemando rastrojos, las flamas alcanzaron los cañaverales de la acequia y abrasaron la cara a unos membrillos, a una parra que secaron y a estos dos castaños, sobre todo a uno, que desde entonces crece con las ramas prietas como plumas, su copa fusiforme todavía parece huir del fuego. Se recuperaron bien, pero, el uno por la noguera abarcadora y el otro por el trauma del rastrojo, los dos han tenido extraños crecimientos. El tercero ya es como un anciano bien cuidado por la parra japonesa que tiene a su izquierda y la glicina que tiene a la derecha. No dejamos que ninguna de las dos se enrosque en sus ramas, pero los riegos frecuentes han hecho que el castaño no tenga que estirarse tanto por el suelo.
Este año está más lozano. Erizo es el zurrón de la castaña, aunque sea borde, o precisamente porque lo es. Es, dentro de los árboles con pedigrí de autóctonos o prestigio poético, algo así como un extraño venido de la ciudad, alguien que debería languidecer en una acera y no vivir rodeado de cardos silvestres, y a no mucha distancia del espino, ya talludo, que salió en la misma base de otro castaño que hubo que talar. Quizá se ha hecho fuerte porque con el riego le ha vuelto el temor, la necesidad de no acercarse ni mucho ni poco a sus semejantes. Lo suficiente.
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