Hemos ido a recoger los higos y alguno estaba herido, un agujero por donde cabe un dedo, redondo, picoteado con parsimonia. Sobre la piel morada brilla el cerco blanco de la camisa y la pulpa rosa en carne viva. Lo más probable es que una graja se haya posado el la blanda rama vertical hasta combarla y picar el higo desde arriba como si bebiera agua. Se lo hemos dejado a los jilgueros, ellos que pueden posarse en los peciolos sin quebrarlos, pero así mordido tiene que estar aún más meloso. Cuenta Antonio Chacón, en una nota a la letrilla gongorina Y digan que yo lo digo, que en Andalucía colgaban «sartas de cabrahígos de las ramas de las higueras, y cuando los higos dellas van madurando, salen de los cabrahígos unos mosquitos que, entrándose por las extremidades de los higos, melifican en ellos». Con el higo herido, estos mosquitos, más bien avispas, tienen las puertas abiertas.
Da igual, porque los que hemos cogido enteros no podían estar más blandos ni más dulces. Bartolomé Leonardo de Argensola los llama largos en la sátira ¿Esos consejos das, Euterpe mía?, aunque seguramente use la palabra en su sentido culto de generoso.
Y en largos higos no me incita menos
la ociosa madurez, que en moscateles
de oro cubiertos y de almíbar llenos
O en otros varios sentidos. Los higos van después de las brevas: el higo tiene la piel arrugada y negra; la breva, tersa y verde clara. El higo es la maduración de un símbolo que servía para los dones, las bicocas, y por supuesto la carne joven. La breva es abundante pero el higo atrae adjetivos flojos: higo blando, higo pocho, hecho un higo, etc. Pero toda esta poesía horaciana deja las brevas para las fábulas y los higos para la despensa, donde se concentra la tradición epicúrea del Ándeme yo caliente y ríase la gente. Lo dice Nietzsche en Humano, demasiado humano: «Un pequeño jardín, higos, un poco de queso, y además tres o cuatro amigos, esta fue la opulencia de Epicuro».
Es decir que los higos representan la dulzura de los tiempos apartados, el placer del abandono de la juventud, un sentido austero y realista de la existencia, optimista de lo cotidiano, contento de no andar mariposeando entre las brevas cual avispa en celo sino picando con paciencia el corazón del higo.
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