30.10.19

Crisantemo


Crisantemo es palabra culta y levantada. Aquí la gente las llamaba flores de Todos los Santos, por la misma razón por que a la euforbia la llaman flor de Pascua. Pero esos crisantemos blancos eran grandes como dalias y estos nuestros no más que los tajetes. Deberíamos plantar todo un macizo, dentro de la línea japonesa que tienen algunas especies del jardín. En este caso, germano-nipona, porque las hojas del tallo del crisantemo recuerdan a las condecoraciones militares tanto o más que las genuinas hojas de roble. Pero en el crisantemo esas hojas son más claras, más vulnerables, aunque igual de austeras cuando, el resto del año, mantienen un discreto desaliño, siempre con alguna hoja lacia, siempre con algún tallo enredado, como de mata silvestre, pero serias e inmutables hasta que hace una semana le aparecieron los primeros puntos morados.
Miro el tiesto a diario y da la sensación de que, al tiempo que más frágil que las margaritas, que revientan como gaseosas, y son, todo hay que decirlo, demasiado simpáticas, el crisantemo crece más seguro y recogido, como preparado para pasar frío, y su aglomeración de hojas nunca parece excesiva ni desmelenada. Cuando éramos pequeños las flores que dibujábamos eran siempre margaritas o camomilas, según el sentido de las proporciones, y si a uno le había despertado ya el horror al vacío, agregábamos más pétalos entre los pétalos hasta formar una dalia flamígera. A los crisantemos llegábamos con las reglas de dibujar mandalas, y ahí se descubría la exquisitez geométrica de aquellos pétalos tan juntos, pequeños y abarquillados, de diferentes dimensiones según el plano que ocupaban. Al desgalichamiento anodino de los tallos le seguía una flor vectorial, con una perfección que animaba a pensar en que debía encerrar algún misterio. No sé por qué los japoneses aman los crisantemos y tampoco me voy a levantar a mirarlo, pero lo que yo encuentro es esa perfección de lo mínimo, la geometría sutil de las flores sobrias y resistentes. A mí me salían más manzanillas que margaritas.
Por muchos cambios de tiempo y de hora que suframos, los crisantemos siempre están a punto el día que tienen que estar, en este caso un tiesto de flores moradas que lleva dadas unas cuantas vueltas antes de venir aquí. Junto a él, y como anticipo, se han abierto las margaritas. En menos que canta un gallo ya estarán para llevarlas al cementerio.

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