22.10.19

Maíz


Hoy hemos hecho una miaja de fiesta y nos hemos ido a pasear por el río. Las primeras lluvias han sembrado los bancales de hojas amarillas, pocas, las más débiles, desperdigadas. Quedan días para que el camino sea una marabunta de hojarasca. Aún estamos, casi un mes después, en el primer otoño. Las sargas y los saúcos conservan el verde polvoriento del verano. A su lado, en el camino, los maizales no siguen un patrón parecido: o no fueron plantados a la vez, o no gozaron de los mismos riegos. Los hay ya trigueños, pajizos, hebras sueltas de hoja requemada, y los hay todavía verdes, algunos con corros de tallos encamados que parecen huellas de una nave extraterrestre pero que han sido el cuarto de juegos de los jabalíes. Y los hay que han comenzado a virar del verde al gris azulado, que es el momento en que me gustaría pintarlos, a la caída de la tarde, cuando todo es sombra en el camino.
Para proteger —dicen— los maizales de los jabalíes, los cazadores (como si los cazadores fueran los dueños del maíz) se apostan en lo alto de escaleras o se suben a los árboles para matar alguno y asustar a los demás. Lo de subirse a las escaleras lo dicen mucho porque llevan a gala disparar siempre hacia abajo, sin peligro —dicen— para vecinos ni paseantes. Pero de noche, sobre todo ahora que están granadas las mazorcas, se oyen disparos en el valle y los mastines ladran siempre en dirección a los maizales, no creo que por detectar la presencia de los jabalíes sino de sus cazadores.
No me gusta tanto maíz. Una vez plantó un mediero el huerto de panizo y mi padre tuvo que arrancar luego una por una las matas porque no dejaban de avasallar la tierra. La vega se ha llenado de bancales de maíz y de choperas marcialmente alineadas. Unos y otros exprimen la tierra, la colonizan. El panizo es más cómodo y barato, y en quince años no hay que preocuparse de los chopos más que para regarlos. También hay plantaciones de cerezos, de nogales y de manzanos escondidas entre los álamos catedralicios, algún campo de calabazas y huertos de jubilado. De regreso recogemos nueces del camino y de la acequia sin agua. Dan ganas de arramblar también con una panocha, pero nos abstenemos, no haya jabalíes en lo alto de una escalera.

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