7.5.08

BATIDA


El mundo del eufemismo es fascinante. El otro día, un agricultor del Jiloca, afectado por los saqueos de grano que perpetran los jabalíes, hablaba en este periódico de la necesidad de “hacer esperas nocturnas para reducir la superpoblación”. Sólo le faltó añadir con la de los ojos negros, como si fuesen lobos. La información detallaba un catálogo de ingeniosos dispositivos que, según los afectados, no eran sin embargo tan rentables como freír a tiros a los animales. Uno habló de poner música en los bancales recién sembrados para espantarlos, así como farolas de colores y bengalas, aunque, si no quiere convertir el campo en una discoteca, le bastaría reproducir con un altavoz una conversación humana, porque eso está probado que los aterroriza.
En ningún rincón del largo reportaje vi escrita la palabra valla: es demasiado costoso y exige conocer las rutas de los jabalíes, estudiar sus comportamientos y disponer obstáculos a su campar o alternativas a su gazuza. En concreto, un pastor eléctrico sencillo sale a unos dos euros por metro lineal, y entre tres personas pueden instalar, como mucho, dos kilómetros al día. En algunos sitios son los propios dueños de los montes, públicos o privados, los que cierran las manchas de caza, porque saben que en tiempos de sequía no sucede que los jabalíes se apareen con más afición sino que pasan más hambre, y eso no tienen por qué pagarlo los agricultores.
Si esos mismos jabalíes no se comieran el grano recién plantado no se hablaría de superpoblación (que la hay, dicen, por desequilibrio entre depredadores) sino de fauna autóctona y de hambruna, y en todo caso podrían recurrir a métodos tradicionales de probado efecto. Muchos agricultores dejan las escopetas en su casa y ponen bolas de alcanfor, zotal, aceite quemado, prendas impregnadas en colonia o incluso alguna piel de jabalí. Pero hay un método que, según mis averiguaciones, sigue dando resultado: el cabello humano. Los hay que recogen grandes bolsas de cabello en las peluquerías y lo esparcen contra el viento por las lindes del bancal, y los jabalíes no las traspasan. El método, no obstante, no es tan rápido como entregarse al rito de la sangre y de paso llenar la andorga, porque exige cambiar el pelo cada pocos días, sobre todo si llueve y se disipa el aroma del ser humano, que para ellos es como el aroma de la muerte.

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