28.10.19

Pájaro


Suena la urraca en el amanecer templado, como una gaviota de interior, como un albatros de secano. Luego se le une el contrapunto de los gallos dispersos por el valle, y el piar de los jilgueros, con su careta encarnada y las alas negras y amarillas, antes de que calienten la garganta y entonen sus canciones. En la catalpa que hay justo frente al ventanal de la cocina tienen su sala de estar dos tórtolas que llevan aquí amarinadas al menos un par de años. Las dos se posan en la rama y miran el espectáculo de la vega, una de ellas reposa la cabeza en el alón de la otra, que de cuando en cuando se gira y la desparasita. No sé cuál es la tórtola y cuál el tórtolo. 
Y no es la única pareja. En las copas de los cipreses viven al menos dos parejas más que a veces sorprendo bebiendo del cubo de los perros, y ellas vuelan con sordo aleteo y se vuelven a emboscar. Incluso ha habido óbitos. Un día vi a una tórtola que no volaba. Estaba quieta y mantuda debajo de un lilo. Intenté espantarla para que saliera del alcance de los mastines, pero apenas se movía, de modo que la puse a resguardo detrás de las cancelas que conducen a la acequia. Poco más se puede hacer. Sería vieja, habría picoteado del veneno de las ratas, se habría estampado en pleno vuelo contra una rama del cerezo, aunque no creo. El caso es que decidí observarla e incluso le arrimé una escudilla de alpiste para que picotease. 
A la tercera vez que subí a ver cómo se encontraba ya solo quedaban algunas plumas. Los mastines llevan a raya a los gatos, pero los gatos son como los apaches: tú no los ves a ellos, pero ellos siempre te ven a ti, y tienen esa facultad incomparable de saber exactamente a qué distancia y en qué circunstancias empiezan a correr peligro; hasta entonces miran con atención y desprecio. No dejaron ni el alpiste.
Estas son las aves habituales. A veces vienen cuervos negros como el charol, que se posan en el barandal de la azotea y desde allí nos miran  como estudiando el momento de atacarnos. Otras veces vemos águilas volar en círculo sobre los chopos, sobre todo si en la granja del vecino matan un cabrito y arrojan el mondongo al estercolero.

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