Esta tarde, después de la siesta, me he sentado a leer un rato y he notado un poco de frío. El tiempo es discontinuo pero todo ocurre de repente, un sábado a eso de las cinco de la tarde, después de varios días de equivocarme por exceso con la ropa. Para que ocurra, para que el otoño se instale en mí definitivamente, más que sentir frío (en ese aspecto soy bastante resistente), lo que sentí fue ganas de encender la chimenea. Los lógicos dirán que qué más da. Pero no, no da lo mismo. El frío, muy leve, era un elemento más de la decoración, insuficiente de por sí. Ha podido más el hecho de sentarme a leer en vez de atender una de las múltiples tareas que tengo pendientes en el huerto y en el jardín. No habría llegado si hoy me hubiera sentido más activo, lo que quiere decir que ha sido una cierta melancolía la mensajera de la idea, no el frío. El frío ha hecho crecer la voluntad de decorarla.
De modo que he seguido el protocolo: unos pocos sarmientos del año pasado, ya inflamables; palitos de ramas muertas, taladas y amontonadas en el centro del jardín; unas piñas viejas que salieron en una bolsa al correr los bultos de la bodega; palos medianos que crujen a la primera y se astillan al partirlos: un buen montoncillo previo a los primeros tarugos finos de carrasca. El azar ha querido regalarme un inconveniente, pues no había pastillas de parafina con las que encender, y ha tenido que ser con una cerilla y una piña reseca, y las hilachas de corteza de sarmiento, y las astillas finas del ciruelo que cortamos, un brotar del fuego que ha sido también el alivio de encontrar una situación necesaria, al menos la más apropiada.
Mirar el fuego me tranquiliza porque justifica la inacción, el complejo movimiento de la nada, el surgir de pequeñas lenguas cuando ya todo parecía consumido, el retorcerse de los palillos y el iluminarse el cuarto a la caída de la tarde con el tono anaranjado de un refugio, el prender del tronco en llamas finas que pacientemente lamen los costados, hasta que abren una herida candente y yo salgo a por más leña. Hoy me siento un poco menos sociable, pero también más parecido a mí mismo.
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