Menos uniformes que las hojas de los álamos son las de los cerezos que han caído víctimas del hielo, porque en el árbol ya estaban todas las tonalidades (si es que se puede decir todas de un sistema de combinaciones infinitas), y además no han caído planas porque los brotes de hierba estaban tiesos, también por el hielo, de modo que se ven las hojas acolchadas en desorden sobre la hierba fina y recta, confundiéndose con el suelo poco después de caer. De hecho nunca hay que barrer las hojas de los cerezos: las oculta la hierba y de un año para otro ya se han hecho mantillo; al contrario que las de los chopos y los plataneros, que persisten ostentosas y marrones hasta que alguien las quita.
El cerezo es amable hasta para eso. Ahí quedan las hojas, en posturas lánguidas, frágiles, con el tono exacto entre el verde oscuro y el color caldero, pasando por toda la gama de verdes claros, glaucos blanquecinos, algunos incluso algo azulados, amarillo de azufre, alimonado, cadmios puros, muy intensos, en una culminación de amarillo que luego desciende hacia una sombra de azufre anaranjado, unas motas de ocre, que en otras es todo siena, y oscurecerse hasta encontrar esos reflejos morados del último color marrón. Quedan sus nervios cada vez más claros, limpios, paralelos, como esas vigas de barco nórdico que Moneo puso en los techos del Prado, que aquí asoman como ternillas, como si la hoja, al tiempo que pierde el color, fuera ganando en transparencia. Hay algunos enveses todavía verdes, de un verde muy pálido, aturquesado, más claro conforme se acerca la hoja a un nervio blanco, con motas de violeta que nacen en los ángulos que forman el nervio principal y los secundarios. Entre nervio y nervio queda una pincelada de verde que aún conserva el amarillo, muy Gaya, pero el resto ya está penetrado de azul.
No todas han caído, desde luego, aunque las que quedan en el árbol dan sensación de fragilidad extrema, y tengo que decir que no hay tanta variedad de tonos en el árbol como en el suelo. Han caído verdes intensos y se han mantenido ocres casi marrones, pero en el árbol queda un amarillo cuyo verde no ha de seguir evolucionando al ocre ni al rojo sino directamente al tierra. El hielo ha congelado el movimiento del color. Le ha disparado una foto.
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