El viento no pudo con las hojas de los álamos, pero el hielo las ha tirado al suelo, y muchas del plátano y de los cerezos. El suelo del jardín está alfombrado de verdes que no cubrirán el tránsito habitual por el amarillo hasta el ocre. Las que han aguantado en el árbol no durarán muchos días. Esta mañana estaban lacias, murciélagos verdes y sin vida, sobre todo las de los cerezos, que a lo largo del día han ido cayendo a plomo, por el peso del hielo y de la savia que conservaban, nada de hojas que planean en vaivenes dulces hasta el prado. Han caído como si fueran los frutos.
Todo tiene su interés. Esperábamos el hielo por lo menos dos o tres semanas más adelante, cuando las hojas hubieran perdido el verdor en el árbol, a su ritmo, y habrían ido cayendo cuando ya estuvieran secas y quebradizas y una brisa despegara los peciolos de la rama. Así han caído todas de golpe, salvo las del plátano, que no ha perdido demasiadas, menos mal, porque es enorme y cuando suelta las hojas todo queda cubierto de sus trozos de pergamino con aspecto de hojuelas de anís. Así tenemos unos días para ver esta extraña primavera, como un campo de batalla lleno de cadáveres recién abatidos que todavía no han perdido el color del semblante siquiera, con el gesto de estar vivos. Me gusta esa belleza trágica de lo que está recién caído, con toda la vida en sus venas, por última vez. Claro que el mismo hielo que las desprendió es posible que conserve unas horas más ese verde tan fresco al sol del mediodía. Es como una nevada de hojas que habrán de derretirse y convertirse en barro negro cuando suban un poco las temperaturas, y que entretanto conviene pisar con cuidado porque todavía están lo suficientemente enteras para que el hielo las haga resbaladizas. Luego todo será un túmulo de finas hojas marrones que se deshacen al pisarlas.
Esta segunda embestida del otoño, en este caso un invierno prematuro, ha deshecho cualquier plan de armonía en la decadencia. Ha sido, más bien, un gran derrumbamiento. Las tardes tranquilas de sol cobrizo resbalarán sobre las ramas desnudas, nos privarán de los colores cambiantes y nos dejarán con un falso Seurat de tonos optimistas, haces intactos y enveses glaucos, y alguna mancha dispersa un poco más oscura.
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