24.11.19

Pilarica


No todo es desolación y viento a estas alturas del otoño. El día salió calmo y nublado. Quizá por eso no ha helado esta noche, por el aislante de las nubes. Tras la floración de los crisantemos y las margaritas, que ya están chuchurrías, las pilaricas han perdido los diminutos pétalos de color de rosa y las hojas lucen un hermoso encarnado, algo parecido a lo que pasa con las abelias grandifloras, cuyas hojas enrojecen al perder las florecillas blancas. Pero no es el rojo de las parras. Está más cerca del invierno, son más parientes del rosa que del almagre, tienen menos tierra y más azul. 
Las pilaricas, en afortunada coincidencia, también se llaman sedo del Japón, lo que abona la idea de que nuestro jardín goza de un ajaponesamiento natural, propio de estas tierras llenas de Pilares. Pero lo cierto es que con los sedos, con varias de los cientos de clases que hay de sedos, tenemos que tener cierto cuidado. Podemos dejarlos crecer en la azotea, a que se achicharren al sol, que no hace más que sacarles brillo, pero cuando el aire se congela es muy fácil que amanezcan negras. Las hojas carnosas están llenas de agua, al hielo no le cuesta mucho atravesar la piel verde azulada. Las plantas suculentas tienen fama de resistentes, pero tenemos hortensias que soportan mejor que ellas el frío, de manera que se han convertido en ornamento de la galería. Crecen colgadas de las esquinas del invernadero, o encima de una mesa alta, desde donde dejan caer sus cortinas de abalorios hasta la piedra del suelo.
Este año las pilaricas estaban en el porche cuando una noche se desplomó el termómetro hasta los cuatro grados bajo cero. Estaban en flor. Al día siguiente se habían arrugado los pétalos del ramillete y habían perdido la coloración, pero los estambres tenían un rojo encendido y las hojas un rosa más brillante, como de piel aterida, no lívida, sana piel a la que le salen los colores con el frío. Además parecen pintadas al fresco, con corros más claros y más oscuros, más rosáceos o más amarantos, ninguno que haga temer por su vida. Siempre he identificado las plantas crasas con terrazas al sol mediterráneo, en pisos antiguos donde una anciana asoma su mano sarmentosa, agarrada al mango de una regadera. Son plantas amigas del invierno. Cuando era joven todas me parecían cactus.

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