24.3.20

La contagión, 9


Esta mañana, después de nueve días de reclusión mayor, he ido a por víveres. El súper más cercano está en un polígono industrial donde solo suena el viento. Al entrar en el parquin, otro individuo, armado, como yo, de máscara y guantes de plástico azul, me cedió el paso a diez metros de distancia. Dentro, las cajeras atienden tras una mampara de metacrilato transparente de fabricación casera. Cuando me veía en la necesidad de preguntar algo a un empleado, lo hacía a distancia, con el grito sordo que sale de la mascarilla. Si, al entrar en un pasillo, encontraba otro cliente, con disimulo retrocedía y me metía por otro pasillo. Es una sensación rara por mutua: yo me aparto de él en la medida en que él se aparta de mí. A una conocida la saludé como en un sueño, desde lejos, agitando la mano lentamente. En el puesto de verdura los calabacines tenían un brillo de tubo fluorescente. He coincidido con otro cliente en el rodillo de las bolsas y junto a un cartel que decía GUANTES OBLIGATORIOS, de modo que, con esa precaución inútil que uno tiene cuando no entiende nada, me he puesto un guante de plástico transparente por encima de los guantes de plástico azul que me había puesto nada más salir del coche blanco. El otro se ha alejado un poco y me ha parecido ver que se sonreía, pero luego, después de echar en el carro de aluminio sucio unas patatas algo blandurrias, he visto que el individuo también se ponía doble guante y luego lo tiraba en la papelera junto al mío. Había, en todo el supermercado, ocho o diez clientes, casi todo hombres. Por un momento he pensado que no les tocaba el turno, como a mí, sino que sus familias los habían enviado a la guerra a por tomates. La cola de pagar era una dispersión de figuras, parecíamos la portada de un disco de Kraftwerk, todos con máscaras de la última vez que barnizamos un mueble, algunos con suntuosos guantes de profesional, de colores oscuros, otros con los guantazos de coger la fruta. Uno llevaba unos guantes de fregar, no quiero ni saber la discusión que tuvo antes de salir de casa, y se los escondía como si le dieran vergüenza. Si esto dura más, Chanel sacará una línea de guantes para coger del estante las latas de caviar. Y Primark otra para los pimientos pochos.

7 comentarios:

  1. Hacía tiempo que no me reía tanto. Lo necesitaba. Gracias, Antonio.

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  2. Me he reído como hacía tiempo que no hacía

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  3. Risa da porque tenemos buen talante, pero en frio lo piensas y es una película futurista y apocalíptica de los años 90, lo que acojona bastante.
    Gracias Antonio!!

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  4. Hay todo un modelo de negocio por explotar en las lineas de equipos de protección para uso en contactos sociales :)))))

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  5. Maravillosamente bien contado, gracias por tu buen humor, un saludo desde Fuenlabrada

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