Es muy interesante la fijación que tienen las aves de corral con los vehículos abandonados. No hay mejor gallinero que un coche viejo, un almendrón, que dicen los cubanos. Ayer fui al cobertizo a echarles de comer a los mastines y me di cuenta de que en el manillar de una bicicleta colgada del techo una tórtola turca tenía hecho su nido, con esa perfección inimitable con que las tórtolas hacen los nidos. Ya estos días atrás, cuando entraba para cortar un hierro con el que fijar las tablas de la huerta, o para mezclar la almagra con que pinto las columnas del parral, me tenía que agachar porque salía una paloma de estampía. Tardé en darme cuenta de que estaba construyendo el nido en el recodo de la chimenea, encima del velocímetro de la bicicleta. Y lo mismo ha ocurrido en el farol de la puerta de entrada, debajo del tejadillo. Es primavera lluviosa, las palomas no ven trasiego de personas y campan a sus anchas por los jardincillos, se ponen tiesas de comer los brotes de las cerezas, se pasean por los surcos sin plantar, y salvo las que, como contaba el otro día, se estrellan contra los cristales, acaso por exceso de confianza, da la sensación de que han encontrado un lugar donde vivir sin sobresaltos.
Ayer entré al cobertizo tapándome los ojos con la bocamanga, no fuese a ser que me los sacase al intentar salir, y vi que se quedaba quieta, sin moverse del nido, erguida y vigilante, pero quieta. Entré con pies de plomo, pero Galán, que es menos cauteloso, armó un escándalo de broncos ladridos que rebotaban en el techo de uralita. La palomica se asustó y echó a volar, y yo aproveché para subirme a una escalera y ver los dos huevos que está empollando. Todo el rato que anduve llenando las tolvas de pienso, vaciando el balde en los alcorques de las glicinias y rellenándolo con agua limpia, la paloma iba y venía, posándose en los cables de la luz, en las ramas aún desnudas de la parra, y aleteaba inquieta, como para espantarnos a nosotros, pobrecilla. Así que, cuando por fin me fui de allí, no tardó un minuto en volver a su nido, y allí estará mientras afuera merodeen los mastines, por más que Galán le grite que ya pueden salir, que ya no hay peligro para las crías.
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