26.12.20

Animalismo

Cuaderno de invierno, 6



Anoche hubo que tomar una determinación muy seria con Morena: meterla a dormir en el invernadero. Llevaba todo el día lloviznando, gotas lentas medio escarchadas, y a las diez de la noche había ya empezado a helar. Los pronósticos apuntaban a una paloma de hasta siete grados bajo cero. Ya sabemos que los mastines son muy duros, y que a esta Morena solo la pones a cubierto, y a empujones, cuando tiene que ir al veterinario. Ahora, como ha llovido tanto, busca recodos secos a los pies de un terraplén, resguardados por las arizónicas, o se protege del hielo entre los arbustos. El otro, el Galán, se pasa la noche de ronda, aunque caigan chuzos de punta, y cuando todo está tranquilo y ha cuajado la niebla se mete a un colchón que tiene metido en el cobertizo. En realidad era para los dos, pero el hecho es que solo duermen juntos a cielo abierto y en terreno compartido, y el colchón de borra se conoce que es propiedad particular del maromo. Morena ni lo pisa. 

Esta situación ellos la llevan con toda naturalidad, pero a nosotros nos ha provocado graves problemas éticos. Nos vemos obligados a aceptar la jerarquía ferozmente territorial de los mastines, de tintes machistas, y al mismo tiempo a ejercer la discriminación positiva con la mastina, que es muy buenecica. Ayer estuve explicándoselo un buen rato pero aun así se resistía a entrar. Solo los truenos hacen que se venga ella sola a que le abra la puerta, o la lluvia recia. Los perros duermen en la nieve, ya lo sé, y como el calor les entra más despacio pero les dura más tiempo, se acuestan de un lado y de otro, y entre que son un poco paquidermos y que llevan un abrigo de pieles que ni Paquita Rico, lo más probable es que estas noches de hielo sean para ella las más agradables del año. Seguramente me replicó que, por más que nos estuviese asustando el servicio meteorológico, la noche no sería para tanto. Al final, remoloneando, entró en el invernadero. Pero tenía razón. Esta mañana, cuando he ido a abrirle las puertas de cristal, el día era fresco pero soportable, y el hielo apenas se había posado en las puntas de las hierbas. Al cabo de un rato he salido a darles el desayuno y Galán llevaba un mordisco en la oreja. No sé qué pensar.

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