25.12.20

Acebo

Cuaderno de invierno, 5



Había que decorar una miaja la casa y, como no íbamos a llenar de bolas de colores el pino de la entrada para no asustar a las palomas, hemos metido un acebo que reside en la pared umbría de la casa, donde las juntas de las piedras de rodeno se llenan de verdín y en verano las hortensias crecen lozanas. Con la llegada del invierno la umbría es un catálogo de especies muertas, entre las hojas hay pompones de hortensia de color cartón que no colgamos en el cobertizo a que les bajara hasta las hojas un tono más morado. Pero el acebo sigue estupendo. Es posible que las bayas estén pasadas porque llevan ya maduras desde octubre, pero lucen su vivo escarlata entre hojas coriácieas, lampiñas, relucientes, con espinas en los cantos que la planta va perdiendo cuando se hace vieja. En este acebo nuestro hay ramas que parecen de laurel, pero los frutos siguen duros y los perros no se acercan mucho, de modo que le queda carrete. 

El doctor Laguna, en el siglo XVI, además de constatar que los antiguos lo llamaban paliuro y que, por lo que respecta a su descripción, ni Teofrasto se pone de acuerdo con Dioscórides ni Plutarco con Agatocles, aporta un dato interesante para la caza de pájaros con liga, inspirado, seguramente, por San Frutos pajarero, que tiene su altar en Segovia. Al parecer, el pegamento en el que se quedan atrapados los pajaritos se prepara con la corteza interior de las bayas del acebo. Sin duda es una de las suertes cinegéticas más crueles y desaprensivas, pues «cuanto desenlazarse más pretende / el pájaro captivo, más se enliga», como dice fray Luis en uno de sus poemas más atormentados, cuando estaba en la cárcel.

Como sustituto del muérdago, el acebo ha terminado como decoración para los buenos sentimientos, lo que no deja de tener su guasa. Con las bayas no solo se fabrican engrudos asesinos sino que su licor en ciertas dosis puede resultar fatal. Su madera es tan densa que no flota, y solo sirve de protección a los animales de piel muy dura, como en el acebal de Garagüeta, en Soria, donde forman microclimas espinosos para que los ciervos y los jabalíes pasen los días más crudos de la estación. Al lado de la mesa de Navidad, el acebo es un tipo silencioso que avisa de las necesidades perentorias, cazar y protegerse del frío, y de vez en cuando, si acaso, beberse un vaso de vino.

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