Si la chimenea fuera más grande, uno de esos hogares en arco dentro de los que no hay que agacharse para remover las brasas, hoy metería un tocón de olivo a que se fuera carbonizando durante los doce días que faltan para Epifanía. Entonces, siguiendo algunas costumbres germánicas y eslavas, guardaría el tizón envuelto en un paño húmedo para que nos protegiera de los rayos, aunque también cura los sabañones de los pies y, si se mete en el abrevadero de las vacas, hace que conciban los terneros más lustrosos. Pasados los doce días de rigor, de un solo hachazo se desintegraría la madera, y según las chispas que saltasen al contacto con el hierro así de fructífera sería la cabaña del año entrante, y lo que sobrase se esparciría entre la mies para protegerla del añublo. Este leño trashoguero fecunda y cauteriza, cierra las heridas y engendra frutos nuevos, incluso es posible que sea el origen de que se regale carbón la noche de Reyes. La cultura cristiana le dio la vuelta a todo y el carbón es una especie de castigo para infantes consumistas, pero en la tradición vasca del Olentzero, por ejemplo, el carbón es un regalo muy bien recibido. Qué más quiere una familia campesina que por Navidad les llenen la leñera y les alivien el escozor.
Pío Baroja, que había leído La rama dorada y seguía muy de cerca las investigaciones de su sobrino Julio, era de la opinión de que el Olentzero comenzó siendo un semidiós pagano, un mito solar, con los ojos inyectados y la cara tiznada de hollín, una especie de coco al que se pega fuego en las celebraciones del solsticio; pero que luego, en la era cristiana, se convirtió en un tragaldabas borracho y grotesco. Se deja de tomar en serio al mito pagano y hasta los niños se ríen de él, los mismos que luego se prosternan ante su versión cristiana.
Pero el tronco pagano significaba más. Era un consumirse los días de regocijo familiar. La casa está caliente a todas horas y todos arman un bullicio que rara vez se produce el resto del año. Todo es excepcional, empezando por el fuego constante, mientras afuera la nieve ha borrado los caminos. El tizón era una especie de cuenta atrás antes de pasar otra vez frío. Con él, los campesinos guardaban aquello que los protege, el recuerdo de la tribu.
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