20.1.21

Adagio

Cuaderno de invierno, 31



Sería un día como este, «que es rosas la alba y rosicler el día», el que menciona Góngora en la dedicatoria del Polifemo. El sol no ha llegado a abrirse paso, pero se ha levantado un vientecillo de par de mañana y la noche no ha sido tan gélida como estas últimas. Se va dejando ver la tierra donde habían hecho sus caminos los mastines, veo abrirse en los barbechos corros más oscuros, ribazos jaspeados de hierba seca. Escucho el goteo de los canalones, la nieve que ha dejado la cumbrera al descubierto y va deslizándose por el tejado, y que es un reloj discontinuo, más lento, menos implacable. Aunque solo hemos amanecido a cuatro grados bajo cero, el terreno está tan húmedo y pesado que no reanudaremos las labores hasta dentro de un par de días, si es que la lluvia lo permite.
Este irse poco a poco de la nieve tiene algún que otro inconveniente. El hielo no está solo en las pisadas, sino en charcos que se extienden durante el día y a la noche cuajan en cristales transparentes. Salgo esta mañana decidido a coger el hacha y seguir por donde lo había dejado, aquel tocón de ailanto que se resistía, pero al primer resbalón en una de esas placas finas casi doy en tierra con mis huesos, de modo que he considerado más prudente retirarme a leer a John Muir, el patrón de los naturalistas norteamericanos, antes que jugarme el esqueleto. Está resultando algo desapacible esta novena de la tormenta. Así serían los inviernos en Wisconsin, un terreno duro y blanco y negro, meses de hielo y fango, la tierra ya sembrada, la sorda incertidumbre de los días. Aquí caminamos hacia un invierno seco con oscilaciones térmicas de veintitantos grados, y estos días que van del crudo hielo al solecillo tienen algo de paisaje contumaz, un poco impertinente. El movimiento del invierno es el de una mancha que no acaba de limpiarse. Más que un desarrollo, una plenitud o un ocaso, es un parsimonioso restablecimiento. En la ciudad la gente mira el barrizal de nieve para no escurrirse, pero intenta no verla, hacerse a la idea de que ya no está. En el campo las variaciones son más lentas. Hoy han consistido en un blanco que pasa del fondo azul al más violeta, y un reloj de agua que, más que marcar las horas, las acompaña.

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