22.1.21

Color

Cuaderno de invierno, 33



La impaciencia es mala consejera. Tampoco hacía falta deslomarse para borrar las huellas del temporal. El viento del sur ha traído esta noche un buen rato de lluvia fina, y por la mañana ya le habían vuelto al campo los colores. Hemos emergido de un mundo en blanco y negro. Salvo por algún rastro que queda en los barrancos de la umbría, han bastado unas horas para que la nieve desapareciese. De donde no se ha ido del todo es del camino del río, el único sitio que barrieron con excavadoras. Abrían el paso pero lo apretaron tanto que la lluvia no lo ha podido limpiar. Queda, desde aquí, una delgada línea blanquecina, los restos de una invasión disuelta de la noche a la mañana. 

El reencuentro con los tonos cálidos, la reaparición de los matices, es también un regreso a la realidad. Tanta nieve nos abstraía. Uno se explica esos estilos secos y rectilíneos de los escritores nórdicos. Ellos verán muchos matices en la nieve, pero el minimalismo es un invento del invierno. Hoy las ramas escapan del gris, la maraña de ramas finas en las copas de los álamos ha recobrado un ocre pálido verdoso, del moho que han criado en tantos días de humedad. Junto al río, la hierba sigue aplastada por un peso que no está. Hay unas acelgas con pliegues en las pencas que yo creo que están vivas. Los ribazos se desperezan, los rastrojos recuperan sus reflejos amarillos, el campo de calabazas ya no parece un papel rayado. La celosía que proyectan los árboles saca de la tierra tantos tonos como imperfecciones, cada lado de cada surco, cada cara de cada terrón. Lo que queda de la nieve ya no es más que una gota de color violeta en los campos de maíz. Ese violeta yo también se lo pondría a las zonas de sombra. Ayer estaban negras, hoy brillan como las berenjenas. 

Nuestro apego a la realidad es proporcional a la cantidad de matices que somos capaces de apreciar en ella. Esta gama de pardos cenicientos, como entrando en calor, es el regreso a un sitio conocido. Como no somos noruegos, por unos días hemos vivido a merced de una estética de tonos básicos, compactos, impermeables a los detalles y a las excepciones, con toda la vida sepultada bajo un manto blanco u oscurecida por sombras negras. Más que un paisaje, era como una ideología. 

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