Cuaderno de invierno, 29
O miselle passer! Unas veces son las armas humeantes de los cazadores, o los fuegos artificiales, que provocaron en Roma una lluvia de estorninos muertos, y otras veces es el hielo, el mundo frío y desaparecido, el nido insuficiente y los carnívoros desesperados. En qué otro animal adulto encontramos recogida toda la hermosura que nos hace vulnerables. Pero ni el verderón ni nosotros somos conscientes de nuestra fragilidad, aguantamos abrigados y hasta el último momento buscamos la mejor postura para seguir con vida. El pajarillo no muere de viejo, lo mata el invierno.
Uno se para a mirar el cuerpecillo algo rechoncho, el pico corto y recio, de cantor potente, el verde lima que asoma entre las plumas pardas. En el mundo de los pájaros quizá sea un tipo corriente, un esforzado trabajador, como esas personas que siguen adelante sin cuestionarse nada ni quedarse en una rama para que las vean. No es un pájaro exótico. Es un pájaro como nosotros, por eso nos compadecemos, porque reconocemos en nosotros su delicadeza. Y así también nos quedaremos, de medio lado, con los ojos abiertos, cuando no podamos con el frío.
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