9.1.21

Tormenta

Cuaderno de invierno, 20



El único desperfecto por el momento es una rama del pino grande que ha cedido bajo el peso de la nieve. Ahora yace, con las acículas todavía frescas, sobre el suelo blanco restallante, apenas hollado por los caminillos que han abierto los mastines. Sospechamos que no será la última. Este pino es muy corpulento y creció un poco torcido, en lo alto de un talud. Las ramas que dan al sur le pesan más al tronco que las otras. Aunque también es posible que esta rama fuera desequilibrante, y que la nieve haya hecho un ejercicio de poda natural que mantenga al pino en su sitio hasta la siguiente tormenta épica. 
Pero ayer me entretenía con las líneas blancas sobre las ramas negras, y hoy vigilo cómo se comban las más viejas. La nieve puede acumularse un palmo largo incluso sobre un centímetro de manzano. Las ramas largas de los cerezos, que nunca se han podado, van adquiriendo un perfil de pagoda, abriéndose como las hayas. Tan sólo apuntan al cielo las más altas. Algunas de curvatura preocupante las he intentado varear un poco. En el silencio helado casi se confundían los desgarros de la rama con el crujir de la nieve. Al caer los grumos helados, la rama respingaba un palmo por lo menos. Pero no se podía estar. A pesar de ir bien pertrechado, con botas de montaña y polainas de hule, la nieve me llegaba hasta más arriba de la rodilla. 

Galán me abría paso y despejaba el sitio. Es curioso que cuando la nevada se ha puesto seria los mastines se han aplicado a su labor pastoral, y Galán va delante y Morena detrás, y mientras meneo el ramaje inútilmente, los dos merodean o se tumban a observarme. Entre semejante cantidad de nieve, les debemos de parecer ovejas asustadas. Eso sí, ayer ya no tuve con ellos más contemplaciones, me salió un ramalazo autoritario y los obligué a pasar la noche en el invernadero. Harto de que se burlasen de mí atornillándose en el suelo cada vez que los quiero meter, me llevé los comederos a una terraza donde ya no tenían escapatoria. Con el estómago lleno mostraron una actitud más dialogante y no hubo que empujarlos siquiera para que se metiesen a cubierto. Morena, cansada de vagabundear por rincones húmedos, ha dormido a pierna suelta. El otro, tumbado junto a los cristales, vigilaba la nieve.

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