9.6.23

Lo 'woke' y lo 'wiki'


Digo yo que en las reediciones de El retrato de casada se anunciará como «un éxito de crítica y público», sobre todo porque es una novela pensada para que el público se divierta y la crítica no ponga peros. Para la crítica, O’Farrel describe con hermosos inventarios de objetos renacentistas y alguna que otra ventolera poética, saca a pasear personajes shakespearianos y arma eso que se llama una sólida estructura: el drama de la muchacha casada con un noble cruel y obsesionado con la descendencia, argumento pensado para hacer las delicias del público. ¿La matará o no la matará?, y en este plan. 

Pero nunca es fácil tener contento a todo el mundo. Es posible que el público se aburra con las descripciones detallistas, o que se salte páginas pensadas para detener la acción y engordar el suspense, o que vea desde lejos el motivo que da sentido al argumento. Un escritor de novela popular, por ejemplo, habría tratado de despistar al lector con una subtrama previa que ocultase lo previsible, esa razón por la que el marido puede que quiera matar a la mujer.

Y la crítica…, pues depende. Hay mucha crítica que no vería mal que sea una novela tan binaria: las mujeres son sensibles, resilientes y sororizantes, y los hombres son todos malas bestias, con la sola excepción de algún pintor de corte que en la inevitable versión cinematográfica ocupará, sin duda, la cuota inclusiva. Entre ellas no es difícil encontrar a personajes tan queridos como la sivienta de Desdémona, Emilia, o a la propia Desdémona en la protagonista Lucrezia, cuya madre es tan insensible como la de Julieta. Pero esta mujer, muy secundaria en la novela, es la única que no tiene corazón. Hasta Nunciata, la menina fea, aliada de su hermano el monstruoso Alfonso, tiene algo de lady Macbeth, aunque solo sea porque su hermano lo tiene todo. Alfonso, el duque de Ferrara, angustiado por la idea de no tener un hijo, capaz de culpar de ello a todas las mujeres del mundo pero no a sí mismo, es un cruce Ricardo III y Macbeth, ese rictus impasible con que contemplan su propia crueldad. Pero este Ricardo III es una sombra, un hombre que aparece y desaparece, que viola cortésmente a su jovncísima mujer, que piensa junto al fuego o dice algo y se va. Es como si Iago se casase con la Rosalinda de Como gustéis, una muchacha despierta e imaginativa… a la que sus padres venden como vientre de alquiler.

Maggie O’Farrel se ha convertido después de Hamnet en la heredera de aquella hermana de Shakespeare, Judith, con la que fabulaba Virginia Woolf. Quizá por eso uno tiende a pensar que esta novela es un drama teatral de largas acotaciones, si bien los personajes hablan poco, piensan poco en voz alta, y sus monólogos corren a cargo de una tercera persona que no es del siglo XVI sino del XXI. También Lucrezia es una mujer del siglo XXI enjaulada en un odiosamente machista siglo XVI, pintado, no obstante, con tintes más de cumbres borrascosas que de prados florentinos. Todo ello ha granjeado a O’Farrel pingües beneficios en anteriores trabajos y no está mal visto en absoluto por la crítica woke. 

Y es lo más probable que sea propio de una crítica pasada de rosca manifestar cierto desagrado por el binarismo moral, o que eso de presentar a personajes actuales frente a estereotipos de un pasado de cartón no deja de ser, además de ventajista, una broma tipo La vida de Brian; o que el método de rellenar una partitura dramática provoca una cierta discontinuidad en la tensión del relato que no se mantiene solo con la prosa rápida de frases cortas y en presente cinematográfico; o, en fin, que el recurso de ir preguntándose a todas horas qué pasará es propio de los cuentos infantiles pero en un éxito de crítica y público suena un poco excesivo.

El problema, en todo caso, es mío: no soy capaz de disfrutar del todo de las novelas que no corren por sí mismas, que no se salen de cualquier itinerario previo, que sorprenden porque dejan a sus personajes ser ellos mismos, evolucionar y contradecirse, hundirse o rehabilitarse. Todavía creo en las novelas en las que nada está del todo claro y los personajes no responden a ninguna idea sociológica, ni mucho menos a un cliché. Es lo que me hace sestear un poco por una novela tan contemporánea, tan pensada para el cine (la dirección artística ya tiene todo el trabajo hecho), tan correcta, con su justo grado de truculencia y de descripción poética y de elementos de suspense, tan aseada y blanda de leer como un almohadón de tela firme relleno de pluma suave. Para mi gusto, con demasiado relleno, se conoce que no me gusta dormir con la cabeza alta.

El final es un apaño, un sí pero no, un ser fiel a la historia pero también a la ficción, con una fuga de serie B y un asesinato para el que la autora usa menos palabras que para describir los higos de un cuadro que hay colgado en la pared. El proyecto, supongo, exigía un final redondo, unas últimas líneas reveladoras, unos últimos compases de emoción. Pero en este método moderno (tomar un personaje histórico, forrarlo de guardarropía y añadir con recursos de teleserie lo que no dejó escrito la historia) lo importante es el tinglado, la ambientación, la traducción a términos correctos, el alarde estructural. Pero falta, ay, el alma, que en una novela es lo único de veras memorable. Uno cierra la novela y se encoge de hombros. Muy bien, ya sabemos quién era el personaje del poema de Robert Browing, y el argumento de la novela, la vida de Lucrezia de Medici, viene ya en sus rasgos principales contado en la wikipedia. ¿Qué le queda al autor? Adornarlo, barajarlo, interpetarlo, pero nunca vivirlo. Lucrezia era presa de las severas costumbres españolas de su madre y de los controles obsesivos de su marido, pero también de la historia y de la moda de novelar vidas oscuras con tópicos de sesión de tarde. Ya sabemos que Lucrezia no pudo huir de su destino. Eso es lo que nos dice la historia. Pero es que es ahí precisamente donde empezaba la novela, la pura invención.


Maggie O'Farrel, El retrato de casada, Libros del Asteroide, 2023, 400 p.

1 comentario:

  1. Tu reseña me ha gustado tanto que no descarto comprar o descargarme el libro. Muchas gracias

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