Cuaderno de invierno, 41
Primavera temprana. Miro las ramas de los cerezos con la ilusión de que no reaccionen al calor y aguanten por lo menos un mes más sin florecer, de lo contrario su blancura se confundirá con la de los almendros, y cuando bajen un poco las temperaturas volverán a perderse los frutos este año. La naturaleza tarda en acostumbrarse a sus propios giros, aunque es posible que los cerezos (ni los membrillos, ni las nogueras) empiecen simplemente a no proliferar, solo nazcan los plantados por la mano del hombre, y aun esos arbolillos no soporten los vaivenes de la temperatura. Quizá sea ponerse en lo peor, pero tanto calor en enero no solo varía los ciclos de los cerezos sino las costumbres de quienes los disfrutamos. Todavía es tiempo de subirse las solapas del abrigo, de caminar encorvado contra la ventisca, con las manos en los bolsillos y el gorro calado. No hace ni una semana que los perros se metían en el invernadero a pasar la noche y al amanecer el campo amanecía cubierto de escarcha; ahora bajamos a pasear y a los pocos pasos ya tenemos que quitarnos las chaquetas, las cañas secas de las cunetas resultan incongruentes, la sombra verde de los primeros brotes se adelanta incluso a las últimas faenas de labranza. Quién sabe hasta dónde llegarán los efectos perniciosos que los habitantes de la tierra ejercen sobre el clima, ni si todo, en el mejor de los casos, acabará siendo un bosque ralo de especies propias del desierto. Todo seguirá su curso. Algo habrá que nosotros no veamos. Lo que ahora nos aflige no es el daño que podamos estar haciéndole al planeta, sino nuestra propia nostalgia, volver al frío de la infancia y a los sentimientos propios del invierno, alargar el fuego de la chimenea hasta que hayamos podado las parras y la luz del día dure hasta la hora de cenar. El campo nos da igual, pero nos duele el paisaje de nuestro breve paseo por la vida. Antes que pensar en ello, lo mejor es afanarse en terminar la poda y la limpieza. Lo que antes podíamos hacer en una larga y lenta temporada, ahora debe terminarse antes de que salgan las primeras flores, que caeran encima de las hojas que al invierno no le ha dado tiempo a deshacer. El trabajo nos ayudará a espantar los malos pensamientos.
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