31.1.24

Leño

Cuaderno de invierno, 42


La primavera se asoma solo a mediodía, pero al caer de la tarde se desploman los termómetros, así que seguimos encendiendo la chimenea y no dejamos de echar leña al fuego hasta una hora antes de marcharnos a dormir. Como ya iba escaseando, esta mañana ha venido el leñero con el camioncillo a traernos una carga de carrasca, seca y bien cortada en tres o cuatro astillas gruesas, no esos troncos gordos que se van consumiendo sin apenas hacer llama. Como siempre, los he ido arrojando desde arriba, hasta que se ha ido formando un montón y al caer iban haciendo ese ruido seco de paloteado medieval en el silencio de la mañanica. Los primeros tarugos se desparraman por entre los frutales, pero pronto los unos encajan en los otros y se van acumulando sin salir rebotados. Luego habrá que llevarlos hasta la leñera, y según ya conté apilarlos sin separar los palitroques de los tueros ni estos de los troncos ni de los tocones, cada cual caerá en el carretillo según la posición en la que estén las manos, y cada cual irá subiendo la pila junto a la pared según me vaya girando a cogerlos después. Ya he comprobado que este aparente desorden es el más eficaz para encender la chimenea y mantener la lumbre viva. 
Ocurre con la leña y con todo lo demás. El azar, en principio de significado negativo, es otra forma de orden, en este caso el orden de lo no exclusivo, de lo no discriminado. Si tirase los palos al montón desde arriba siguiendo una pauta de tamaño, no conseguiría que se fuera formando una pila de proporción tan regular. Muy probablemente los gordos rodarían y los finos saldrían despedidos. La voluntad de imponer un orden caprichoso suele violentar la armonía natural de los objetos. Una biblioteca ordenada por tamaños (las hay) es algo tan artificial como un rostro retocado, el empeño maniático del orden se impone a la lógica de sus elementos. Igual que esas bibliotecas no tienen sentido y solo hablan de lo poco interesado que está su dueño por el contenido de los libros, las pilas de leña muy organizadas dicen más de las neurastenias del propietario que de sus sosegadas costumbres. Y ya no quiero dedicarme a organizar lo que necesita de su propio orden para no perder la sensación de vida, para que no se vaya el calor.

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