25.2.24

Cautiverio

Cuaderno de invierno, 67


Mientras, en un cruce del camino, me pasa un rebaño por delante, pienso cómo sería una explotación de ganado lanar o caprino si solo se usase la lana o la leche y no se mandara ningún animal al matadero. Los machos solo están para cubrir, algo para lo que no hace falta más que uno en buenas condiciones. El resto muere al poco de nacer y son asados en las trébedes. Las hembras sobreviven, se quedan preñadas y llenan las ubres de leche hasta que, como dice Virgilio, ya no caben por la puerta del corral. En la granja de abajo había un macho grande y feo, de pelo rojo, sátiro con barba hirsuta entre media docena de cabras. Me preguntaba, al verlos en el cobertizo, qué pasaría en una explotación si no se sacrificase ningún animal antes de tiempo, bien por enfermedad contagiosa, bien por demasiado viejo. Los machos son buenos guardianes, pero, aparte de eso, solo sirven para pelearse. Apacientan los rebaños, establecen sus jerarquías, comen, pero en términos de productividad resultan innecesarios. Una vez, paseando por el río Guadalopillo, vimos que había bajado a la vega un rebaño de cabras monteses, con machos y hembras de todas las edades. Al advertir nuestra presencia emprendieron el regreso a las alturas de los peñascales, y fue interesante presenciar el orden de evacuación, por así decirlo, cómo primero jopaban los más jóvenes, después las hembras, más lentas las preñadas, y cómo los chivos más viejos, de cuerna larga y retorcida, esperaban vigilantes a que todas hubieran emprendido la ascensión y después cerraban la comitiva. Salvo las águilas y los halcones (y algún cazador desaprensivo), nadie altera el ciclo natural de las camadas, y todas son útiles entre ellas para la pervivencia del grupo. La domesticación deshace cualquier equilibrio, los ganados se convierten en harenes aburridos, las hembras se acostumbran a que les arrebaten a sus crías, los machos languidecen solos, con hastío de semental, sin conciencia de vejez ni de juventud. Cuando un cabrito se queda sin madre, otra cabra que perdió a su cría le tiene que dar de mamar a la fuerza, amarrada por una pata, en volandas casi. Los machos miran atontados, afortunadamente ajenos a la posibilidad de que el ganadero use sistemas avanzados de inseminación y decida eliminarlos por completo. Pero a veces los modos de producción, ay, generan pautas de conducta entre sus propios dueños. 

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