Cuaderno de invierno, 65
Después de algunos días de engañosa primavera, de tración casi estival, ha vuelto el tío Paco con la rebaja, el viento crudo que llenaba el camino del río de polvo y de ceniza. A más de un labrador he visto correr detrás del fuego del ribazo, no fuese a saltar a la arboleda. Se conoce que una lengua de frío se desparrama por la costa atlántica y no tardará en mojarnos con el Bóreas, «el frío penetrante», los cierzos afilados y las lluvias brunas. Para el fin de semana, por de pronto, más vale que echemos una buena calda. El viento ya menea los troncos de los álamos, a rachas brama el temporal, suenan los canalones como el órgano de un templo en ruinas… Y en estas que salgo a ver si quieren algo los mastines y me encuentro con que han brotado las hortensias, pobres imprudentes, confundidas con el sol que a mediodía les iba templando la tierra.
Son hortensias fuertes, tengo que decir. Trajimos los esquejes de Galicia, de una camino cerca del mar donde crecían como las yerbas, azules de fierro, ajenas a los hielos. Y dieron vueltas por lugares cada vez más fríos hasta parar aquí, donde ya han aguantado más de un temporal, pero siempre antes de que les broten esas hojas que se harán gruesas y enormes. Del tallo pálido revienta un botón verde imparable que es posible que se hiele en las horas que vienen. Habría que cubrirlas con un plástico, meterlas a cubierto, pero el caso es que nunca ha habido que protegerlas de la intemperie desde que salieron de la sua terra. Aún lucen hermosos, secos y lacados, los pompones del año anterior, que colgamos boca abajo en la penumbra del cobertizo hasta que se detienen en un tono elegante, violáceo, algo apagado, y ponemos en el búcaro del taquillón. Otros árboles igual de temerarios también se adelantaron peligrosamente, como el ciruelo ruin, más desmedrado y esquemático que sus hermanos, y que cualquiera sabe cómo acabará este año. Pero el tiempo ha hecho que sigamos confiando en las hortensias. Muchos años estuvieron en un ático que daba al norte, y cuando soplaba el viento de la sierra temíamos por ellas y había incluso que sujetar los tiestos con cordeles, pero siempre, a su debido tiempo, salían nuevas yemas. Son duras de pelar estas gallegas. Se nota que están hechas a viajar.
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