13.2.24

Oveja

Cuaderno de invierno, 55


Pensé que las ovejas se asustarían, que se irían corriendo al vernos apuntarlas con la cámara, pero la suya no es una mansedumbre huidiza; al contrario, al vernos se acercaron como si fuésemos el pastor que venía a sacarlas de allí. Siguiendo la línea del ribazo hay una malla de nailon de un metro de alta para no tener que vigilarlas, suficiente para que ellas no se salgan y para que cualquier perro, no digamos un lobo, entre sin saltar siquiera.

  De las ovejas siempre hemos pensado que eran tontas y con ese pensamiento ya teníamos bastante, lo cual tampoco es muy inteligente por nuestra parte. Está demostrado que recuerdan, que reconocen, que socializan. No todo en ellas es estar aborregadas. A estas, víctimas del entretiempo, les debe de parecer extraño que las hayan abandonado. Con la cantidad de hierba que tienen a su disposición, la única razón por la que se nos acercan con la mirada fija y la sonrisa buena es que esperan que nos las llevemos a un sitio cubierto donde reencontrarse con sus amistades, echarse en sus rincones preferidos y rumiar como sus antepasados la paja y el alfaz, y desde luego disfrutar del calefactor comunitario en estas noches aún bastante frías. Es ahora cuando más las vemos, en terrenos no sembrados, en barbechos que verdean con la lluvia, en huertos no labrados en los que las ovejas limpian las bufalagas y de paso los abonan antes de pasar la reja. Luego, cuando empiecen a crecer los ajos y los cereales, dejaremos de verlas tan a menudo, seguramente solo en bancales abandonados, o en sotos a la orilla del río, pero ya no creo que las dejen días y días a repelar el suelo entre ribazos negros.

¿Qué podrá más en ellas, la seguridad de que el pasto no se acaba o la inquietud de que nadie viene a echarles de comer? ¿Les deprimirá el recuerdo del rebaño grande, de los alegres paseos por la cañada? ¿Sentirán el frío de no tener un cuerpo al lado, de haber sido despojadas tan temprano del vellón? Su inexpresividad conformista y empanada es más bien una percepción nuestra. Supongo que ellas se observarán de otra manera, y de otra manera pasarán la noche ateridas de frío, preguntándose las unas a las otras qué habrá sido de aquel hombre que les daba de comer, de aquel perro que las protegía.

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