Cuaderno de invierno, 76
Después de podar la parra vieja les llega el turno a otras más silvestres y desmelenadas. Hay una, también bastante antigua, que para que no trepase por los cipreses la encaramos a un ciruelo seco que en verano se corona de pámpanos y lo adornan racimos dionisíacos, como una sombrilla injertada, como un paraguas conceptual. Luego, cuando caen las hojas grandes y coriáceas de la parra, se despeja el esqueleto carcomido del ciruelo, como un ovillo nudoso, hasta que le metemos la tijera con cuidado de no tirar muy fuerte de las guías, no vayamos a tronchar alguna rama de la percha que las sujeta.
Donde sí tiro con fuerza es en la parra de la acequia, una humilde vid que se chamusca cada vez que al vecino se le va la mano con el fuego del ribazo. La tierra donde medra está colonizada por ailantos invasores y zarzas de mala idea, con espinas como el pico de un halcón, y esa parra sin embargo aguanta, encaramada a una valla de alambre, y cada año los sarmientos huyen de la quema y trepan por el sauce grande, y los vamos dejando estar. Si no fuera por sus frutos sagrados, veríamos la vid como una zarza más, pero así alabamos su condición austera y sufrida, como un lujo para pobres. Este año me di cuenta de que casi había más sarmientos de la vid que ramas nuevas del desmayo, al que las hojas le crecían algo mustias, como si les faltara el aire o la luz, de manera que decidimos arrancar todas las guías de la parra que se habían enredado al árbol, por altas que hubiesen subido, por fuertes como alambres que se hubieran agarrado los zarcillos. Y así, al estirar, me caía encima una lluvia de ramillas finas y hojas secas, crujía el sarmiento grueso y en su caída iba sacudiendo la copa y arrastrando nidos de paloma. Lo que yo pensaba que no sería más que un par de guías parecidas a las que, a pesar de todo, se encaraman a las arizónicas, ha resultado ser una densa y leñosa pelambrera que tenía al pobre sauce amordazado. Esperemos que ahora crezca con tranquilidad y las ramas le dibujen arcos suaves. La parra seguirá fiel a sí misma. Seguro que del tronco negro brota un pámpano más fuerte, que dé uvas más gordas y un vino aún más peleón.
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