4.3.24

Yedra

Cuaderno de invierno, 75


El tópico amoroso de la yedra, «trepando troncos y abrazando piedras», como dice Góngora, dicen que procede de Catulo, del epitalamio de Manlio y Junia:

…y llama a casa a la dueña

que encadena con su amor

al esposo enamorado,

como la hiedra tenaz

al árbol todo se enreda.


A este abrazo constrictor de los amantes, indesatable, subyugante en el peor y más abrumador de los sentidos, ya Horacio le dio un toque amargo cuando, en el Epodo XV, se dirige a la amada que le engaña con dulces palabras y falsas carantoñas,


con tiernos brazos más ceñidos que la hiedra

se abraza al alto roble.


Y luego, en el Renacimiento y más allá, es difícil encontrar algún poeta que no hable de la hiedra como ejemplo de amor apasionado. La yedra entonces es frescor y celosía, pared de laberinto, tapia de rincón secreto. El locus amoenus de Garcilaso no tiene nada de tétrico:


Cerca del tajo en soledad amena,

de verdes sauces hay una espesura,

toda de hiedra revestida y llena,

que por el tronco va hasta la altura,

y así la teje arriba y encadena

que el sol no halla paso a la verdura…


    Miro, sin embargo, el viejo ciclamor del patio, que va cubriéndolo la hiedra casi al mismo paso que se va muriendo. Veo el tronco ya tupido de hojas verdes, envueltas las ramas grandes, algunas que ya crujen cuando sopla el viento, y todavía vivas, a lo que parece, aquellas a las que no ha llegado aún la yedra, que ya pronto sacarán su flor magenta ensangrentada, sus hojas como blandos corazones. 

Y lo mismo pasa en el camino umbrío de la acequia, que la yedra va alfombrando y atrofia los vástagos de los membrillos, y también, menos mal, mantiene a raya a los ailantos. Allí donde la yedra cubre el suelo ya no hay tallos ni hierba siquiera, y en los muros a los que se agarra va desencajando las piedras y deshaciendo los cementos. De modo que embellece y asfixia, adorna y estrangula. Su abrazo es el abrazo de un morir fresco y lozano, casi es posible adivinar cuándo el ciclamor acabará de secarse, cuando las guías se encaramen a la copa y las ramas tengan hojas en invierno. Aquí la yedra, volviendo a Góngora, más bien es un sudario: 


Perdí la esperanza

de ver mi ausente.

Háganme, si muriere, 

la mortaja verde.

1 comentario:

  1. Añoro la visión de la yedra . En las urbes es difícil de hallarla.
    Saludos cordiales

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