24.8.24

Fantasía natural



Compré Gotas de Sicilia por error, es decir, porque el texto de la solapa me llevó a una conclusión equivocada, pero he de decir que si el texto hubiera sido más fiel al contenido, nos habría proporcionado el mismo placer; o más, porque yo iba buscando libros sobre Sicilia, sobre su historia y sus gentes, al estilo del hermoso Sicilia paseada, de Vincenzo Consolo, y me imaginé que con semejantes credenciales el bueno de Camilleri habría dado una visión distanciada y, si no turística, sí para uso de viajeros cultos. Eso es lo que se desprende de líneas como estas:


En las páginas de Gotas de Sicilia desfilan las imágenes de la tierra natal de Camilleri, síntesis de un amor antiguo y sanguíneo y en las que brilla todo el ingenio y el carácter de la isla.

Son retratos y recuerdos que se transfieren de la memoria al papel de una forma única e irrepetible…


La palabra relato sólo aparece en el último párrafo del texto de contraportada, y de una forma lo bastante ambigua como para que el lector no sepa que se trata de siete cuentos siete, todos protagonizados por personajes sicilianos, y algunos, es verdad, tramados a partir de hechos reales, pero otros pura y divertida fantasía.

Así pues, ‘El tío Cola, «pirsona limpia»’, es un monólogo contado por el gánster Nicola Gentile, siciliano que hizo carrera en Estados Unidos y luego volvió a Italia y prosiguió con sus negocios. Sin embargo, nos dice Camilleri, entonces (años 50) la mafia  (la Cosa Nostra, en este caso) extorsionaba y cometía sus desmanes y atropellos, «una idea perversa y criminal, sin duda, pero alejadísima de la idea de masacre». El tío Cola sabe las teclas que tiene que tocar y a quién hay que engañar para conseguir una parcela de poder oscuro, pero no es ese asesino a destajo que nos hemos acostumbrado a imaginar. El monólogo, además, utiliza un idiolecto trufado de dialectalismos italianizantes que a mi juicio el traductor ha vertido en un lenguaje convincente, y eso que no sé cómo es el original pero sí he leído las explicaciones del propio traductor. Un ejemplo: 


Estrapo un lado del paquete: dentro había denaro, en billetes de cien. Me prendió una arrechera que ni te cuento, suelto una manata al paquete que lo tiero al suelo. El tipo se pone amarillo como un morto, le manca el rispiro y me sale diciendo…


Se sigue sin dificultad y consigue plasmar el tipo que representa el viejo mafioso, uno de estos, digamos, desalmados de buen corazón que parecen salidos de una academia telúrica para amantes de la buena vida y alérgicos al trabajo.

Pero Sicilia no es solo la esencia Corleone. En ‘¿Quién ha entrado en el estudio?’, el protagonista es Arfredu, tío del narrador, médico y filántropo, nigromante casi, creador de santos, incluso de uno para casar solteras, una especie de San Antonio de andar por Porto Empedocle, por no hablar de sus inventos pioneros, desde una central eléctrica a un váter elevado sobre el mar; de su afición, también prematura, a la apiterapia, o de su facilidad para convertirse en delfín, en un rasgo que recuerda a la sirena de Lampedusa, al menos en la manera de imaginar. Lo mejor del relato, no obstante, no son las sesiones espiritistas o los estrepitosos juegos para niños, sino la razón por la que el narrador se convirtió en su sobrino preferido: porque se coló en su biblioteca y descubrió que amaba la literatura.

Entre los cuentos más, digamos, antropológicos, me ha divertido mucho ‘El vino gusta a San Caló’, ambientado en la fiesta de San Calógero , a la que no sé por qué no ha ido Cristina García Rodero a sacar fotos de surrealismo popular (seguramente sí lo ha hecho). Es una fiesta que recuerda de algún modo al salto de la verja de Almonte, pero sin ese componente violento y desesperado de los rocieros, igual de tumultuoso pero más alegre, con un desparrame menos trágico; eso sí, tan vinoso y pagano que la propia Iglesia trató de meterlo en vereda, y de ahí parte el argumento de la historia. Claro que, tanto en Italia como en España, poco tiene la Iglesia que hacer en los divertimentos con que ha consolado a sus pobres feligreses desde el principio de sus tiempos.

También tiene que ver con el culto popular ‘Los primeros comicios’, sobre la graciosa competencia entre monárquicos y campesinos lampedusianos, comunistas y socialistas garibaldinos y democristianos de imposibles equidistancias, a propósito de las primeras elecciones regionales silicilanas en 1947. La cuestión, que no voy a desvelar porque tiene mucha gracia, es que cada facción quiere que el Cristo de la Pasión lleve una bandera distinta, en consonancia con sus respectivas adscripciones ideológicas, y que el padre Aurelio, responsable de la procesión, tiene que decidir con qué bandera viste al santo, o lo desnuda. Camilleri aclara, al final, que lo sucedido, por disparatado que parezca, sucedió de verdad en su pueblo, Porto Empedocle, el sitio donde, ya que estamos, se localiza la célebre Vigata, que es donde está la comisaría de nuestro querido Montalbano…

Porque el exceso es pariente de la fantasía, y el apasionamiento se lleva bien con lo increíble, de modo que a Camilleri no le cuesta nada (es más, también parece verídico) jugar con la falsa erudición, a lo Borges pero más festivo, en ‘Hipótesis sobre la desaparición de Antonio Patò’, donde se cuenta cómo el pueblo no acepta la verosimilitud de una escapada común y corriente (dos amantes aprovechan una función teatral para huir) y sí las descacharrantes hipótesis de ilustres científicos y expertos en supercherías. Casi igual de fantástico es el titulado ‘Andanzas de un lunario’, con la particularidad de que aquí todo es verdad, cómo se difundió una publicación dirigida a la cultura popular en los años 20 del siglo pasado, con investigaciones y propuestas más propias de los creadores de sirenas que de los etnógrafos del momento. Pero, eso sí, muy sicilianas.

En este ambiente tan divertido y delirante, casi está de más, incluso por su muy breve extensión, el cuento ‘El sombrero y la boina’, fábula de ideología simple que casi sabe a poco en un conjunto tan barroco y desmelenado. Si lo que sugería la nota de contraportada es que Camilleri presenta la peculiar forma de ser siciliana, fantasiosa y excesiva, en eso, al menos, sí que da en el clavo. Pero con decir que es un libro estupendamente bien escrito que juega con la, en Sicilia, difusa frontera entre realidad y fantasía, ya habríamos tenido suficiente, y también lo habríamos leído.


Andrea Camilleri, Gotas de Sicilia, trad. David Paradela López, Gallo Nero, 2021, 102 p.

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