28.10.05

Paraíso

Allí, entre los muertos, también se cometen crímenes. Yo estuve a punto de cometer uno. Me recuerdo sentado en un pupitre de la biblioteca. Eran días felices. Se me pasaban las horas muertas sin leer una sola línea escrita por alguien que estuviera vivo. Un día, leyendo un poema del siglo XVII, descubrí unos detalles que no me gustaron nada y decidí hurgar un poco más en la autoría de aquellos versos. Estuve muchos meses, varios años que ahora son un recuerdo denso y uniforme, como la vida en el campo, eterna y momentánea, y completé un sesudo estudio que demostraba científicamente que estaba mal atribuido. Aquel autor no era el verdadero autor.
En aquellos años de entusiasmo y vanidad, mi hallazgo me llenó la cabeza de pájaros. Había un aspecto de mi investigación que la redondeaba como obra de arte, porque se daba la casualidad de que aquel poema es el único que nos ha dejado su falso autor. Si daba a conocer mis conclusiones, pulverizaría su figura, mataría a un muerto, o quizá lo dejase como el mero recuerdo de un farsante, papel para el que más vale estar muerto del todo. Por lo que a mí respecta, me parecía el colmo de la exquisitez haber dedicado tanta pasión y tanto esfuerzo a un asunto que no le interesaba absolutamente a nadie, como si aquel poeta sospechoso se hubiese llevado a la tumba su impostura, y yo hubiera hecho una expedición en busca de los secretos de su féretro.
Sin embargo, la publicación de aquellas investigaciones se fue retrasando en el tiempo. Yo seguí siendo el único que sabía de aquel intrusismo intolerable en el reino de los muertos famosos (hablo de una fama relativa, claro, de una fama que afecta sólo a media docena de eruditos), pero las decepciones y los años me hicieron cambiar de opinión. Decidí devolverle la vida en la muerte, no decir a nadie que aquel individuo no había hecho méritos para ser recordado, dejar los ácaros en sus sitio.
Me reconforta haber tomado esa decisión. Peor habría sido llegar a la conclusión de que aquel poeta seguía vivo entre los muertos porque yo estaba muerto entre los vivos. Preferí pensar que con mi silencio lo había devuelto al paraíso.

27.10.05

Evolución


Cuando el contrincante dispone de un argumento irrebatible, lo mejor que se puede hacer es arrebatárselo. La libertad de expresión, el derecho de opinión, ha escocido durante siglos al conservadurismo fanático. Hace tiempo aún podía criticarse desde el púlpito el hecho mismo de que la gente pudiera decir lo que quisiera. Era la época de aquella palabra espantosa, libertinaje, que se inventaron los curas para meter dentro todo lo que no les gustaba de la palabra libertad. Pero ahora esas reducciones dan risa, son palabras anticuadas, argumentos inútiles. Ahora, visto lo visto, hay que asaltar directamente la palabra libertad, apropiársela so capa, primero, del término liberal, y luego de cualquier interpretación delirante, como esas personas que, cuando les dices que una pared es blanca o que la tierra da vueltas alrededor del sol, suelen decir, muy airadas y agitando sus derechos: “¡Ah, bueno, eso será tu opinión!”
Ahora vemos curas que se manifiestan por la calle para reivindicar extrañas libertades: la libertad de que todo el mundo esté obligado a estudiar su religión, la libertad de que sólo puedan recibir los beneficios del amor quienes ellos digan y consientan, o bien la libertad, como está sucediendo estos días en Estados Unidos, de que la teoría de la evolución de Darwin sea reducida a mera opinión, y se enseñe en las escuelas junto a la que habla de Dios y su afición a las costillas.
Quién me iba a decir a mí que acabaría defendiendo en un periódico la teoría de la evolución de las especies. Pero el hecho mismo de que el gobierno de Estados Unidos quiera equipararla a la teoría del creacionismo ya parece negarla, porque es imposible que un ser humano evolucionado la siga poniendo en duda. Acaso evolucionemos, como dice Fidel Castro, dos pasos adelante y uno atrás. Si eso es verdad, no me cabe duda de dónde estamos: nacionalismos tribales, guerras de religión, sacrificios humanos y pájaros apestados. Quién sabe si la evolución no es circular y pronto habrá otro invierno de mil años, un Apocalipsis de opiniones tenebrosas, muy libres todas, eso sí.

26.10.05

Pollo


A primera hemos tenido sociales. La maestra dijo que hay una gripe nueva. Dice que se llama gripe aviar, pero como no lo entendíamos nos ha dicho que es lo mismo que la gripe del pollo. Dice que los pollos tienen gripe, y que si te comes un pollo te acatarras, bueno, sobre todo si es un pollo de un país pobre. En los países ricos los pollos tienen calefacción, aunque están amontonados. Yo creo que la gripe la cogen porque están amontonados. Nosotros en clase también cogemos la gripe porque también estamos amontonados. Pero la maestra nos ha dicho que los pollos casi no vuelan, y que esta gripe es de pollos que vuelan mucho. Dice que lo mejor para que no nos contagien es matar a todas las aves migratorias, ánsares, grullas, patos y algunas especies más que no he copiado. Es una pena, porque las aves migratorias van de un sitio a otro, se están un rato, no molestan, y luego se van a sitios raros. La maestra dice que habría que poner unas vallas muy altas para que los pollos migratorios no nos peguen la gripe.
A segunda hemos tenido ciencias. El maestro nos ha dicho que los pollos descienden de los dinosaurios. Dice que los dinosaurios, poco a poco, se convirtieron en pollos. Eso lo sabemos porque los pollos comen piedras. Eso yo ya lo sabía porque un día cocinando un pollo me lo dijo mi abuela. Mi abuela sabe mucho de dinosaurios. El maestro dice que a los dinosaurios los mató una gripe o algo parecido, los hizo más pequeños. Cogieron una gripe y muchos años después los mataron, cuando eran pollos y estaban en la granja escuela.
A tercera hemos tenido religión. El cura ha dicho que eso de la evolución de los pollos es una tontería. Que Dios hizo al dinosaurio dinosaurio y al pollo pollo. Los hizo así ya, no ha dicho si con gripe o sin gripe. Dios también hizo la gripe, lo hizo todo, y dice el cura que si salimos de casa y vamos con chicos cogeremos la gripe del pollo y nos moriremos como leprosas. Y dice que la culpa de la gripe de los pollos la tienen los que no creen en Dios, sobre todo Rodríguez Zapatero. Dice que los huracanes y las sequías y las guerras ocurren porque Dios está enfadado. Luego hemos salido al recreo.

20.10.05

Gota


Es frecuente que un pintor escriba bien. El pintor sabe mirar la vida en sus detalles, y desde luego detesta las pinceladas innecesarias porque sabe que son siempre la prueba de alguna limitación. El pintor está más acostumbrado a detectar la filfa, la falta de sustancia. El pintor sabe dónde hace falta más luz, sabe cómo sombrear la tristeza sin necesidad de mencionarla. Solana fue un prosista extraordinario, de lo mejor de su tiempo, del mismo modo que ahora lees los Cuadernos de África de Miquel Barceló y la sensación de estar ante poesía de primera calidad es inmediata.
Uno de estos pintores que escriben como los ángeles es Ramón Gaya, que acaba de morir. Sus ensayos sobre Velázquez (editorial Pretextos) nos transportan a un tiempo luminoso, a esa espléndida prosa oral que practica Juan Ramón en sus Españoles de tres mundos. Ramón Gaya también se beneficia de la nitidez orteguiana de quien piensa por escrito, poco a poco, dándole la vuelta a lo que se acaba de decir, y que yo siempre he pensado que Ortega, en el fondo, tomó de Unamuno. Es ese ritmo fluvial de lo hablado, como un acento peculiar que a Gaya le saliese sin querer. Las metáforas no se piensan: salen cuando quien escribe menos se lo espera; igual que las pinceladas geniales no se calcan ni se miden, sino que surgen porque de pronto una mano las encuentra.
Me he acordado de una cosa suya que leí sobre una de las gotas de agua que caen de la vasija del aguador en el cuadro de Velázquez. Ramón Gaya viene a decir que Velázquez se tomó la molestia de pintar un cuadro alrededor, pero que el cuadro es la gota, la vida es esa gota, la profundidad y el todo y la nada están en esa gota. Fui al museo a mirar la gota, cómo no, y me quedé pasmado. Era verdad. El cuadro era del siglo XVII, pero la gota se acababa de derramar, aún se deslizaba por el barro, era la esencia del muchacho y del viejo, lo que los mantenía vivos, lo que los describía y los explicaba y los defendía, lo que los hacía seres iguales a nosotros. El pintor Gaya supo ver esa gota, y el escritor Gaya supo explicarlo de manera inmejorable.

13.10.05

Instalación


Anteayer se abrió al público en la Tate Modern Gallery de Londres una instalación que consiste en 14.000 bloques de polietileno blanco, apilados según distintas estructuras, que forman una especie de laberinto frío, como la gigantesca fotografía de un paisaje del Polo Norte descompuesto en píxeles tridimensionales. La autora, Rachel Whiteread, se inspiró en sus paseos conceptuales por el Ártico.
La sala de turbinas de la Tate donde han puesto su obra (que después será reciclada) es un espacio enorme que alterna obras de arte descomunales con la impresionante turbina de hierro que quedó de la antigua fábrica, una de las mejores piezas del museo. Cada año, desde hace seis, una nueva instalación se convierte en un must, algo que hay que ver, con las suficientes dosis de provocación y de juego como para que la sala sea una inacabable romería de visitantes.
Este año le ha salido un audaz competidor en el museo al aire libre de Melilla. Un colectivo de artistas africanos ha hecho coincidir la obra de Whiteread con otra gigantesca instalación: 14.000 escaleras de entre tres y seis metros de largas, construidas todas ellas con dos ramas delgadas y unos palos atados con tiras de tela.
Es impresionante la sencillez casi mística de su ejecución. Apiladas como yo apilo las varas de las judías, todas son iguales y el montón parece la leña de una colosal pira funeraria o, según se mire, el nido del ave fénix. Los rimeros de escaleras contrastan con una monstruosa alambrada de la que cuelgan los mismos trozos de tela que sirven para atar los peldaños de las escaleras. La unión de la madera humilde y pura con las alambradas de metal gris, sucias polvo y de sangre, ha sido muy alabada por los críticos de arte conceptual.
La instalación multimedia se completa con una monumental pantalla de vídeo donde se proyecta una imagen con cierto aire dadá: bella por incomprensible, emocionante por repetitiva. Una mujer africana, asomada a la ventanilla de un autobús, llora con desesperación y repite con monotonía y cierta dulzura desahuciada unos mismos sonidos, algo así como pliiz, pliiz, pliiz.


9.10.05

Postura


Estoy leyendo Ana Karenina. Entro en el libro cada tarde como quien se mete en la cama y se acurruca en la idea de que durante las próximas horas no va a suceder nada desagradable. Hay una escena, mediada la novela, en que Levin, un personaje que debió fascinar a Unamuno, hace un comentario sobre alguien al que apenas conoce, un tal Turovzin, un tipo que ríe las bromas más groseras y se le caen los espárragos de la boca. La prometida de Levin, Kitty, le prohíbe que piense eso, y le explica que Turovzin es un señor muy bueno. “No volveré a pensar mal de nadie”, termina diciendo Levin, que está con Kitty que se le cae la baba. Cuando Kitty se va, vuelven a Levin las dudas, los tormentos y los prejuicios, como si fuesen un defecto físico que se activa en soledad.
Muchas páginas después, caigo en la cuenta de que en esa escena minúscula está encerrada toda la técnica de Tolstoi para crear personajes. Oblonsky es un petimetre irresponsable que termina siendo el mejor amigo posible. Karenin es un tipo egoísta y engreído hasta que se vuelve un santo. Ana es una mujer aburrida que enferma de amor como se puede enfermar del hígado, y con ella pasamos de la admiración a la compasión a una velocidad que no nos permite sujetar el sentimiento. La queremos antes de juzgarla. No es que todos los personajes acaben siendo bellísimas personas, sino que, al presentárnoslos con caras tan distintas, y con la posibilidad de que unas se conviertan en otras, o al menos convivan, los comprendemos a todos, nos hacemos cargo de ellos, los compadecemos por tener que tomar las decisiones que toman, porque nosotros no lo habríamos hecho mejor y habríamos sufrido lo mismo.
Tolstoi los mira con distancia comprensiva, como nos gustaría mirar a los demás, y desde luego mirarnos a nosotros mismos. La verdad es que, de las setecientas páginas que llevo leídas, no recuerdo a ningún personaje que me parezca la encarnación del mal, aunque sí a muchos que encarnan defectos bastante comunes. A lo mejor Tolstoi se pasa de bueno, pero es que, cuando te metes en una novela como si te metieses en la cama, cuando sabes que en las próximas horas no vas a tomar decisiones ni tampoco a padecerlas, esa bondad tan convincente ayuda a coger la postura.

8.10.05

Linde

La gente pleitea por las lindes y por los dioses. De lunes a sábado, teme que el vecino le rebañe un palmo de bancal con el aladro, y el domingo hace votos para que los demás no puedan ser más felices que él. La inmensa mayoría de los países europeos fijaron sus fronteras cuando dejaron que cicatrizasen las heridas en el mapa, no porque las líneas que marcaban las costuras fuesen justas sino porque eran el resultado de una guerra espantosa o de una maniobra diplomática. Uno de los primeros cometidos de la poesía fue crear mitos que justificasen históricamente esas fronteras, que sirviesen para envalentonar soldados adolescentes y para enardecer el sentimiento patrio de quienes aguardaban su muerte desde casa. Toda la tierra era tierra conquistada, toda tenía dueño.
El afán de perpetuidad de aquellas conquistas ha rellenado el frasco de la autoestima de quien no se bastaba consigo mismo. No hay criterio menos igualitario que el del privilegio de la herencia, que está en el tuétano de todos los nacionalismos, siempre y cuando la herencia sea rentable. Los ceutíes se sienten españoles del mismo modo que los gibraltareños se sienten británicos; unos vascos se sienten franceses por la misma razón por la que otros vascos no se sienten españoles; los extremeños no son nacionalistas por la misma razón por la que los catalanes sí lo son. Los ultraconservadores se pasean por la calle como Pedro por su casa, la que le han legado por la jeta sus antepasados, y eso sucede por la misma razón por la que todos los dirigentes políticos nacionalistas tienen apellido autóctono, como un sello de denominación de origen que indica al forastero quién es el legítimo heredero de la tierra que pisan los dos.
Los que somos de secano no entendemos que pueda haber un nacionalismo de izquierdas en países ricos. Todo nacionalismo es de derechas. No son más que lindes, herencia y tierra poseída. No sé de qué van a hablar en el Congreso a propósito del nuevo estatuto catalán, pero sí sé que deberían hablar de lindes, de cuáles son los lindes precisos que separan la derecha de la izquierda. Fijadas esas fronteras, que cada cual adore al dios que le dé la gana.