25.10.06
Gota 3
En el tejado de la buhardilla que hay encima de mi dormitorio salió una gotera que es como un metrónomo. Las gotas caen con eco en la loza del orinal que puse hace muchos años; cuando llueve mucho lo suplemento con un palangana. Una vez me decidí a restañar la gotera pero después de los primeros tocamientos me dio la sensación de que era una gotera única, y que la techumbre sólo estaba dañada en un milímetro cuadrado, así que la dejé estar.
Pasaron los años, sólo permaneció el goteo en las noches de lluvia sobre un orinal con herrumbres concéntricas. Mi dormitorio ha estado siempre, desde antes de la gotera, debajo del orinal. A veces, en noches de luna llena, las lágrimas de la lámpara parecen menear sus brillos cuando en el piso de arriba una gota golpea la loza. Otras veces la lluvia está sincronizada con el reloj, y las gotas suenan con la cadencia exacta de la saeta. Ver desde mi lecho la sombra del carillón y escuchar la gota por segundo que sigue rellenando el orinal sobre mi frente, en estas noches de otoño destemplado, antes de que pongan la calefacción central, es una sensación temporal estereofónica que no podrían mejorar el silencio ni el repiqueteo de la lluvia en los cristales. Cuando llueve mucho y tengo que poner la palangana, o incluso una bañera vieja que encontré en la basura, el tiempo me anega, y cuando está dejando de llover, cuando antes de cada gota ya parece que se hayan terminado todas, siento que me muero.
Lo peor, sin embargo, ha ocurrido estos días. Lleva quince días seguidos lloviendo y yo ya me había acostumbrado al silencio. Es una lluvia extraordinariamente regular, el orinal parece un rolex. Por las tardes me acompaña mientras leo en el sillón de orejas y por las noches me sustituye con filosofía pagana el cuento de las ovejitas. No soy consciente de ella, pero si deja de llover y se alargan los segundos, vuelvo a escucharla de inmediato, y nunca deja de abandonarme entonces un cierto amago de sobresalto.
Esta mañana he coincidido en el ascensor con el vecino. No me había dado cuenta de que me ha salido un eczema en el entrecejo. El vecino, que siempre mira donde no debe, me lo ha hecho notar. Me hizo gracia la coincidencia, pero cuando iba a contarle el chiste fácil de la gotera, el vecino me ha interrumpido.
–Oye, por cierto, en el dormitorio tengo una gotera. Sólo es una, y ya casi me voy acostumbrando, pero, en fin, a lo mejor habría que hacer algo, porque baja directa de tu trastero.
El ascensor nos ha dejado abajo, yo estaba ya pensando en el eczema y no he sabido contestar:
–Sí –le digo–, ahora mismo iba a la farmacia.
Pasé mi infancia en Lugo, en una habitación que daba a un patio interior cubierto por una uralita. Sé mucho de oír llover, la verdad.
ResponderEliminarDelicioso texto, enhorabuena.