10.12.06

Geórgicas 5


5. Peligros y dificultades de la agricultura

Y, sin embargo, aun a pesar de las labores
de los hombres y los bueyes, que saben muy bien
cómo roturar la tierra, no dan poco mal
los gansos voraces o las grullas estrimonias
o la achicoria de amarga raíz o la sombra,
que no poco perjudica. Júpiter no quiso
que el camino de un cultivo fuese fácil
y el primero fue en mover las tierras con astucia,
en meter cuidado en las conciencias de los hombres
y no consintió que, presos de grave desidia,
sus reinos se abandonasen. Antes que Júpiter
ningún labrador trabajó la tierra. Ni era
de ley marcar o partir el campo con linderos;
buscaban sólo el procomún, y la propia tierra
sin nadie pedirlo liberal todo lo daba.
Fue él quien puso el veneno en las serpientes negras
y ordenó a los lobos provocar estragos;
fue el que removió los mares, el que represó
el vino que a raudales corría por doquier,
escurrió la miel entre las hojas, y el fuego
nos arrebató; que así, a fuerza de ejercicio,
artes varias el hombre forjara, y buscase
brotes de trigo entre los surcos, y arrancase
el fuego escondido entre las venas de la piedra.
Entonces fue cuando por primera vez los ríos
sintieron los troncos de alisos vaciados
y a las estrellas el marino puso número
y nombre a las Pléyades, a las Híadas
y a la hija de Licaón, la fúlgida Osa.
Cazar fieras a lazo y pájaros con liga
y acechar con perros los boscajes muy tupidos
fue entonces inventado; ya uno el ancho río
bate con la honda y busca en lo profundo,
y mojadas mallas arrastra el otro por el mar.
A continuación llegó la rigidez del hierro
y también las estridentes hojas de la sierra
(pues con cuñas partían los hombres primitivos
la leña fácil de hendir), y los varios oficios.
Todo lo venció el trabajo agotador
y las carencias que apuran en tiempos difíciles.
Fue Ceres la primera que enseñó a los hombres
a labrar la tierra con el hierro, cuando ya
las bellotas y madroños del bosque sagrado
escaseaban, y Dodona negó su alimento.
También al trigo se aplicó el trabajo luego,
porque el añublo hacía daño en las espigas
y el inútil cardo se erizaba entre las mieses.
Se pierden las cosechas, el bosque se enmaraña
de abrojos y lampazos, campan por los cultivos
la estéril cizaña y las avenas locas.
Conque si no te aplicas a menudo con rastrillos
a la hierba y asustas a los pájaros con ruido
y la impenetrable sombra del campo umbroso
no despejas con la podadera ni elevas
preces por la lluvia, esperarás en vano, ay,
esos enormes muelos de trigo, y en el bosque
aliviarás el hambre vareando encinas.

Virgilio, Geórgicas, I, vv. 117–159.

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