13.12.06

Tumba

Diario de Teruel, 14/12/2006

El punto de partida del PSOE en el debate de la Ley de Memoria Histórica, que inicia hoy sus deliberaciones en el Parlamento, parece bastante razonable en casi todos los aspectos menos en uno: la tibieza con que afronta la localización de personas ejecutadas. Las indemnizaciones económicas son cosa de ponerle precio a un símbolo, y al final, seguro, ajustarán una pedrea compensatoria sin que la mayoría ponga demasiados peros. En cuanto a los símbolos, sin embargo, yo sería partidario de que los dejasen al arbitrio de las corporaciones locales, por la sencilla razón de que así sabríamos a qué atenernos: quiénes tienen el mal gusto artístico, histórico y moral de mantener los aguiluchos, algunos de bronce antropomorfo; quiénes prefieren reforestar aquella época de la simbología, guardar sus ejemplares más potables en los museos y el resto tirarlos o subastarlos con fines benéficos a condición de que los compradores se los queden en su casa; y quiénes, en todo caso, acuden al argumento inane de que todo es historia, que suele ser argumento de gente obsesionada con pasar a la historia y con manipular la historia de los demás. Con respecto al Valle de los Caídos, no me explico cómo la iglesia católica sigue bendiciendo aquella cantera de esclavos; aunque tampoco me explico por qué agasaja el cadáver de Pinochet con tanta pompa y circunstancia, pero en fin.
Lo que se va a vender como más importante, la revisión de los juicios franquistas, parece un asunto más propio de tertulia de juristas que de restablecimiento de la memoria. La memoria son las cosas, y los símbolos también. No tendrá mayor validez que el autobombo y el apaño una ley que no determine, y no sólo facilite, la identificación científica de las víctimas, muchas de ellas sin ni siquiera juicio, sin derecho ni a un papel. Estamos rescatando a destajo, y felizmente para todos, seres de hace millones de años, así que no creo que sea tan difícil enterrar decentemente restos que aún podrían estar vivos. Los símbolos también son las cosas. Los símbolos no son sólo una palabra o un certificado, ni siquiera una indemnización. Los símbolos son un lugar, una reliquia, una evidencia. Enterrar a los muertos, según mis noticias, sigue siendo una costumbre universal. “Nuestra memoria será tu paraíso”, leí una vez, en una tumba pequeña, tan digna como el Valle de los Caídos, y tan histórica. Los 1005 muertos de Caudé, y tantos otros que no es difícil localizar, exhumar e identificar, se merecían algo más que un monumento que los tape a todos juntos para siempre.

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