Hay división de opiniones con la visita de Anatoli Kárpov a la cárcel donde ha sido arrestado durante cinco días Gary Kaspárov. Los hay que, retorciendo la inquina, piensan que Kárpov está siendo utilizado por el KGB para mitigar la imagen de tirano que le están creando a Putin periodistas occidentalizantes (algunos ya asesinados en circuntancias extrañas) y gente muy famosa como Kaspárov, cuyo partido, sin embargo, no tiene nada que hacer en las urnas ante la avalancha de votantes putinianos, que van a votar con el mismo espíritu con que las tropas rusas se retiraron de Borodino, sin saber muy bien por qué. Y allí apareció el gran Kárpov, a la puerta de la prisión, gordo, congestionado, como El Soro, con un abrigo tieso y los mismos ojos de batracio soviético de toda la vida. No lo dejaron entrar y él, después de musitar unas palabras y entregarle a la madre de Kaspárov una revista (quizá con una clave secreta), se marchó por donde había venido.
Kaspárov es el preso preventivo más famoso del mundo, y la verdad es que, visto lo visto, uno diría que se está jugando algo más que la libertad de palabra. Pero Kárpov pasa por horas bajas. Hace quince días reapareció en Vitoria, después de mucho tiempo lejos de los tableros, dedicado al engorde, y participó en la Liga de campeones que al final ganó Topálov. Kárpov se quedó el último. Polgar lo hizo caer víctima de sus propias complicaciones y del tiempo, eso que antes no existía para él, y Ponomáriov se aprovechó de un fallo y le pegó un repaso. Y ambos practicaron sobre el cuerpo adiposo de Kárpov la misma tortura fría que solía él practicar con sus rivales.
Dicen los entendidos que Ponomáriov ha heredado la escuela soviética que Kárpov llevó a la gloria. Ningún jugador ha inspirado tantas hermosas metáforas sobre las virtudes del villano, la perfección del enemigo, la frialdad de la más cruda inteligencia. De pequeños el héroe popular era Fisher, pero la fascinación por el genio posible, no enloquecido ni extraterrestre, llegó de nuevo con Kárpov. Sus partidas eran películas de espías, y a él se le quedó ese aire impenetrable, lleno de frases inquietantes, como la que pronunció nada más visitar a Kaspárov. "Es extraño que en el edificio no hubiera ningún funcionario que pudiera tomar una decisión al respecto", dijo, para explicar que no le habían dejado entrar. Kaspárov será la libertad, pero Kárpov sigue siendo Kafka.
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