5.3.12

Importancia de las cabras



Geórgicas, III, 284-321

Y entre tanto pasa el tiempo sin remedio,
pasa y seguimos dando vueltas a los detalles,
cautivos del amor. Basta ya de esos ganados,
que nos queda la otra parte de este asunto,
la cabaña lanar y las cabras hirsutas.
Esto sí es trabajo, oh recios labradores,
de aquí sí podéis esperar los elogios.
Y no se me oculta lo difícil que es
salir airoso de esta empresa con palabras,
y añadir ese honor a las cosas sencillas.
Pero tengo un dulce amor que me arrebata
por ásperos desiertos del Parnaso; me gusta
ir por las cumbres donde no hay huellas de otros
que a la fuente Castalia se vayan desviando
por fáciles pendientes. Oh veneranda Pales,
con voz sublime ahora tenemos que cantar.

   Nada más empezar digo que es necesario
que pasten las ovejas en cijas confortables,
en tanto que retorna la estación frondosa,
y por el duro suelo se esparza mucha paja
con haces de helecho, que el frío de los hielos
a los tiernos corderos no haga ningún daño
ni les entre la sarna y las feas pateras.
A continuación cambio de asunto y dispongo
echarles a las cabras hojas de los madroños
y abastecerlas bien de agua fresca del río,
que miren los establos hacia el mediodía,
hacia el sol de invierno, al abrigo del viento,
allá cuando el frío Acuario ya declina
y se mete en lluvias para el fin del año.
Las hemos de atender con no menos cuidado,
por más que se aprecie la lana de Mileto
cuando la han hervido en púrpura de Tiro.
Su prole es más nutrida, su leche más copiosa;
cuanta más sea la espuma que dejen en los cubos
tras exprimir la ubre, tanto más manarán
al ordeñar las tetas exuberantes chorros.
También rapan las barbas, los blancos mentones
a los chivos del Cínipe, su áspera pelambre,
de uso en los reales y para vestimenta
de pescadores pobres. Pacen allá en los bosques
y cumbres del Liceo, las zarzas espinosas,
las matas que se crían por entre asperezas.
De volver al redil ellas solas se acuerdan
y guían a los suyos y apenas son capaces
de pasar con sus ubres cargadas por la puerta.
Así que pondrás tanto más celo en apartarlas
lejos de las heladas y de los ventisqueros
cuanto menos reclaman la atención del hombre,
y les tendrás a punto el pasto generoso,
ramones de forraje, y no cierres los pajares
todo el tiempo que dure la estación de la bruma.

3.3.12

Hipómanes



Geórgicas, III, 241-283

Hasta ese extremo toda clase de hombres
y de fieras terrestres y animales de agua,
ganados y pintadas aves se arrojan furiosas
al fuego, al amor, que es el mismo para todos.
No en otro tiempo fue más fiera la leona
por el campo, olvidada ya de sus cachorrillos,
ni los osos deformes causaron por doquier
tanta muerte y tantos estragos en los bosques;
es entonces furo el jabalí, es entonces la tigre
más salvaje que nunca; ay, y qué peligroso
es ir vagando entonces por los desiertos libios.
¿No ves cómo un temblor sacude a los caballos
por el cuerpo entero con solo que la olor
un aire familiar haya traído? No hay
ni freno de jinete ni látigo cruel
barranco ni roqueda capaz de contenerlos
ni río que se cruce ni torrente que arrastre
montañas descuajadas. Hasta el cerdo sabélico
corre y se afila los colmillos y escarba
la tierra con el pie y restriega la lomera
en un árbol y aquí y allá curte los flancos,
por prevenir heridas. ¿Y qué no hará el mozo
a quien el insensible amor se vuelve fuego
que abrasa las entrañas? Allá va el muchacho,
entrada ya la ciega noche, cruzando a nado
el crespo mar de cuando estalla la tormenta,
y las puertas del cielo, por encima de él,
atruenan majestuosas y retumban las aguas
que van a estrellarse contra los peñascales;
ni pueden retenerlo sus desdichados padres
ni la novia, que muerte cruel ha de tener.
¿Qué decir de los linces manchados del dios Baco,
de la raza violenta de lobos y de perros?
¿Y qué de las peleas de inofensivos ciervos?
Ya se sabe el furor que distingue a las yeguas;
Venus misma les dio su pasión allá cuando
las cuadrigas de Potnias a Glauco le arrancaron
los miembros a bocados. Las lleva el amor
más allá de los Gárgaras y el estruendoso Ascanio;
coronan las montañas, los ríos atraviesan.
Y en que el fuego penetra las médulas ansiosas
(más por la primavera, pues es por primavera
cuando el calor vuelve a los huesos), se suben
vueltas cara el Zéfiro a las altas peñas,
se embeben de brisas sutiles, y a menudo,
sin coyunda ninguna, quedan, oh maravilla,
preñadas por el viento. Huidas se dispersan
por entre los peñascos, riscos y hondos valles,
no, Euro, hacia donde tú naces ni el sol sale,
sino hacia el Bóreas y donde sopla el Cauro,
o allí donde nace el tenebroso Austro
que el cielo oscurece de lluvia y de frío.
Humor viscoso entonces destilan por la ingle,
hipómanes lo llaman los pastores, hipómanes,
que las malas madrastras solían recoger
y mezclaban con hierbas y aciagos conjuros.

1.3.12

Amorío


Geórgicas III, 209-241

Pero no hay ninguna artimaña que más
mantenga el vigor que apartarlos de Venus,
ya se trate de toros, ya prefieras caballos,
lejos de los estímulos del ciego amor.
Por eso guardan lejos, en pastos solitarios,
a los toros, allende el monte, el ancho río,
o los tienen cerrados cabe pesebres llenos.
La vista de la hembra les quita poco a poco
la fuerza y los consume, pues ella no los deja,
con sus dulces encantos, ni acordarse siquiera
de bosques o de hierbas, y a luchar a cornadas
arrastra a menudo a los bravos amantes.
Pasta en el gran Sila una hermosa novilla:
los toros se enzarzan, los unos con los otros,
en violenta batalla: abundan las heridas
la negra sangre corre por los cuerpos,
con tremendos bramidos traban las cornamentas,
y retumban los bosques y el vasto Olimpo.
No es costumbre guardar a los que se pelean
en el mismo cercado; antes uno, el vencido,
se marcha y destierra en parajes escondidos,
lejos, y su afrenta gime y las heridas
que causara el soberbio vencedor, los amores
que perdió sin que fuera posible la venganza,
y sin quitar la vista de su propio establo
abandonó el solar de sus antepasados.
Pues con todo cuidado ejercita sus fuerzas
y de noche se tumba encima de las piedras,
come cardos hirsutos, carrizos espinosos,
se prueba y descarga su ira a cornadas
contra el tronco de un árbol, y embiste al aire
y escarba en la arena, listo para pelear.
Recobrado el vigor, recompuestas las fuerzas,
se encampana y carga contra el enemigo,
que está ya descuidado, con toda su violencia:
como la marejada que en alta mar blanquea
y arrastra una ola de hondas lejanías,
y volcándose en tierra resuena con estruendo
en la orilla al romper contra las rocas, y cae
deshecha y tan alta como una montaña,
mas en la ola se agitan profundos remolinos
y arrojan arenas negras de sus entrañas.