Geórgicas, III, 284-321
Y entre
tanto pasa el tiempo sin remedio,
pasa y
seguimos dando vueltas a los detalles,
cautivos
del amor. Basta ya de esos ganados,
que nos
queda la otra parte de este asunto,
la cabaña
lanar y las cabras hirsutas.
Esto sí es
trabajo, oh recios labradores,
de aquí sí
podéis esperar los elogios.
Y no se me
oculta lo difícil que es
salir
airoso de esta empresa con palabras,
y añadir
ese honor a las cosas sencillas.
Pero tengo
un dulce amor que me arrebata
por
ásperos desiertos del Parnaso; me gusta
ir por las
cumbres donde no hay huellas de otros
que a la
fuente Castalia se vayan desviando
por
fáciles pendientes. Oh veneranda Pales,
con voz
sublime ahora tenemos que cantar.
Nada más empezar digo que es necesario
que pasten
las ovejas en cijas confortables,
en tanto
que retorna la estación frondosa,
y por el
duro suelo se esparza mucha paja
con haces
de helecho, que el frío de los hielos
a los
tiernos corderos no haga ningún daño
ni les
entre la sarna y las feas pateras.
A
continuación cambio de asunto y dispongo
echarles a
las cabras hojas de los madroños
y
abastecerlas bien de agua fresca del río,
que miren
los establos hacia el mediodía,
hacia el
sol de invierno, al abrigo del viento,
allá
cuando el frío Acuario ya declina
y se mete
en lluvias para el fin del año.
Las hemos
de atender con no menos cuidado,
por más
que se aprecie la lana de Mileto
cuando la
han hervido en púrpura de Tiro.
Su prole
es más nutrida, su leche más copiosa;
cuanta más
sea la espuma que dejen en los cubos
tras
exprimir la ubre, tanto más manarán
al ordeñar
las tetas exuberantes chorros.
También
rapan las barbas, los blancos mentones
a los
chivos del Cínipe, su áspera pelambre,
de uso en
los reales y para vestimenta
de
pescadores pobres. Pacen allá en los bosques
y cumbres
del Liceo, las zarzas espinosas,
las matas
que se crían por entre asperezas.
De volver
al redil ellas solas se acuerdan
y guían a
los suyos y apenas son capaces
de pasar
con sus ubres cargadas por la puerta.
Así que
pondrás tanto más celo en apartarlas
lejos de
las heladas y de los ventisqueros
cuanto
menos reclaman la atención del hombre,
y les
tendrás a punto el pasto generoso,
ramones de
forraje, y no cierres los pajares
todo el
tiempo que dure la estación de la bruma.