Momentos antes de la prórroga,
cuando los dos equipos habían armado sendas melés para dar las últimas
instrucciones y gritar las últimas consignas, hubo una imagen estupenda de
Germán Burgos, el Mono Burgos, de pie
entre los dos corros, mirando con descaro la piña del Madrid. Al locutor de la
televisión le hizo gracia y el comentarista del Real Madrid, Manolo Sanchís, se
dejó caer con una frase sibilinamente ambigua: “Es un personaje”, dijo, y dicho
por un madridista formal, que solo pasó de la Glorieta de
Bilbao hacia el sur de Madrid para jugar en el Calderón, tiene un deje de
censura. Ya sabemos que cuando un conservador dice de alguien que es un
personaje suele descalificarlo por ordinario. El otro comentarista, el del
Atlético, Paulo Futre, habló mucho pero solo se le entendieron los gritos que
dio cuando Miranda marcó el segundo. Su portugués cerrado impide ver lo que
quiera que esté diciendo. Sanchís era el joven culto y formal, gran central en
su juventud y economista de profesión, al que, por ese sentido de la formalidad
que Mourinho nunca entenderá, no se le escapó la oportunidad de decir que las
entradas para la final eran “caras, demasiado caras”. La Quinta del Buitre era
así. Había madripijos de toda la vida, Sanchís, Butragueño, Martín Vázquez,
pero también estaba Míchel, que era de Villaverde, y todos compartían una
formalidad más o menos discreta, un saber ponerse en la piel del público. De Paulo
Frute, en cambio, lo que fuera que estuviese diciendo sonaba a parlamento de
barra, la voz ginebruda, llena de sonrisas húmedas, de saliva pastosa. Me lo imaginaba con la corbata floja, un sello de oro y una copa en vaso
largo. Futre fue el primer gran fichaje de Jesús Gil, el motivo por el que
nunca he podido identificarme del todo con el Atlético de Madrid.
Rodolfo
López Isern, cuya crónica de la final estoy esperando con impaciencia, es de
los que piensan que el Atlético está muy por encima del clan de los Gil. Un
filósofo serio como él fue capaz de abstraerse del vendaval de estiércol que
trajo ese hombre y ser fiel a sus colores de siempre. Yo no partía de un
sentimiento tan arraigado. Mi infancia es un campo de barro en el que una vez
Guitarte, delantero centro del Club Deportivo Teruel, se cansó de pelear por la
pelota y ponerse de barro hasta los ojos y se fue harto a la banda, hasta que alguien le diera una patada
al balón y lo desatascase.
Sin
embargo, el modelo de equipo, el paradigma Atlético, me resulta mucho más cercano
que el del Madrid. La sombra detestable de Gil se ha iluminado con gente como
el Mono Burgos, que podría ser, perfectamente, un cliente de El Botas, mi bar
preferido de Lavapiés durante muchos años, lleno de melenudos cerveceros, gente
abrupta y noble, cómica y dramática, canalla y leal. Como portero era el dueño
del campo propio, a veces con el puño cerrado. Recuerdo los ocho partidos que
le cayeron por el guantazo que le pegó a la salida de un córner a un jugador
del Mallorca. Y era muy argentino, pero en un sentido de la argentinidad que
solo he comprendido cuando he hecho amigos argentinos. El aplomo de pistolero
en las salidas, la seriedad indesmayable, más allá de los pelos o la
estrafalaria vestimenta. Eso, claro, lo tienen todos los buenos porteros argentinos.
Lo tenía Fillol y el gran Navarro Montoya y D’Alessandro y Carnevali y Abondanzzieri
y tantos otros más, gente con aire porteño, de callejuelas junto al muelle, de
temple y arrestos. El portero es en esos equipos el jefe suplente, el no
oficial, el que protege la portería y a los jugadores, el que despeja los
problemas y sostiene al enemigo la mirada. Como jugador, el Mono hacía exactamente lo
mismo que como entrenador, ser un consuelo moral. Simeone, otro gran argentino
(“se lo dedico a la familia, que estará ayá lejos, en una habitasión, con las
caras pintadas, viendo la tele”), es el entrenador, el que lleva el traje y la
camisa negra, con cara de Tom Waits, pero cada vez que toma una decisión llama
al Mono, que sale, gordo, del banquillo, y se pone a su lado con el rictus
serio de quien pone serio a todo el que esté cerca, y escucha y asiente, o saca
una consigna por un lado de la boca, obedece seriamente, e incluso, si hace
falta, se dedica a meter goles desde el banquillo: “Yo no soy Tito, yo te
arranco la cabeza”, le dijo a Mourinho, y tampoco hace falta haber tomado unos
cuantos tercios de Mahou en El Botas para saber que aquello fue una meada de
perro viejo, suficiente para quitarle a Mourinho el mando emocional de la
contienda, que es lo que más le jode. Curiosamente, con lo tiquismiquis que se
ponen siempre los periódicos con esas cosas, nadie lo señaló como un mal
ejemplo. Más bien a todo el mundo le hizo gracia, porque todo el mundo lo entendió.
Sí,
me gusta ese otro estereotipo argentino, el que actúa, no el que se tumba en el
diván, no tanto el constructor de frases (Bielsa, Valdano) como el callejero y
lapidario, emotivo y seco, como una balada heavy-metal, o como un tango, ya
puestos. Y, en todo caso, razones no me faltarían para justificar el placer que
me produce que el equipo de Mourinho pierda hasta la copa del Rey, que es un
trofeo para pobres. Anoche las artes nacidas de la fábrica y del muelle ganaron
a esa burda tecnología del dinero que maneja el Madrid. El Madrid se ha llenado
de chicos ostentosamente bien peinados. El Atlético, desde que llegó Simeone,
tiene jugadores como él, o como era Vizcaíno, muchachos de Carabanchel, llenos
de rabia y de orgullo, con cara de polígono, o jugadores como el Mono Burgos,
bigardos como Arda Turán o Costa, que parecen recién venidos de la guerra de
Bosnia. Tiene gracia que el más formalito de todos, Courtois, ocupe la misma
demarcación que el Mono. Pero luego entrevistaron a Courtois y, en un
castellano excelente, el joven arquero belga dijo con aplomo y contundencia todo
lo que había que decir. El peinado no es el del Mono, desde luego, pero el
desparpajo sí.
No nos reconocemos en este Madrid y apenas ya sentimos o padecemos lo que viene sucediendo desde hace varios años...El Madrid es una imagen de esa España que necesita un "reseteado" y que sabemos que no va a cambiar y seguir igual...
ResponderEliminarMi crónica, más bien homenaje, está a tu disposición, viejo amigo. Por cierto, el Mono Burgos, un excelente guardameta (nadie como él en el uno contra uno), dio la cara por el atleti en Segunda, cuando bajó por culpa de los Gil...
ResponderEliminarDylaniano y colchonero..... Cada vez más coincidencias y eso que en 20 años nos hemos visto dos veces. Un abrazo.
ResponderEliminarZoffy