Geórgicas, IV, 67-87
Si,
en cambio, saliesen a luchar, que a menudo
con
gran tumulto entre dos reyes la discordia
prende
y en seguida, desde la lejanía,
el
ardor del enjambre se puede barruntar,
el
tremor de la guerra entre los corazones;
y
a las que se retrasan, el cántico marcial
de
los broncos metales las increpa, y un ruido
recuerda
en el sonar quebrado a las trompetas.
Entonces,
trepidantes, se arraciman y brillan
las
alas al batirlas, y afilan con la trompa
el
aguijón y sueltan los brazos y se juntan
prietas
alrededor del rey, junto a sus reales,
y
con gran griterío llaman al enemigo.
Conque,
cuando encuentran el campo despejado,
la
primavera clara, irrumpen por la puerta,
se
traba el combate, retumba el alto cielo,
revueltas
se aglomeran en grande pelotón
y
caen al vacío; no más denso en el cielo
arrecia
el granizo ni al varear la encina
llueven
tantas bellotas. Los reyes por sí mismos,
enseñando
las alas por medio de las tropas,
es
ingente el coraje que llevan revuelto
en
tan angosto pecho, firmes en no ceder
hasta
que fiero obligue a unos o a otros
en
la fuga a dar la espalda el vencedor.
Esta
agitación de los ánimos y estos
combates
tan tremendos se aplacan y sosiegan
con
echar por el aire un puñado de tierra.
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