Geórgicas, IV, 51-66
Por
lo demás, en cuanto hunde el sol dorado
bajo
tierra el invierno y aclara los cielos
con
la luz del verano, recorren las abejas
los
bosques y los sotos sin descanso, cosechan
la
púrpura flor, beben ligeras sobre el río.
Entonces, y contentas de no sé qué dulzura,
atienden
a las crías y a los nidos; después,
las
más recientes ceras labran como artistas
y
amasan la espesa miel. Y a partir de ahí,
si
ves que el enjambre lanzado de las celdas
surca
el aire claro del verano y remonta
rumbo
a las estrellas del cielo, y te admiras
de
la oscura nube, que la lleva el viento,
párate
a contemplarlas, pues siempre van buscando
aguas
dulces, cobijos frondosos. Tú esparce
por
aquí los sabores como está mandado,
melisa
machacada y humildes borrajas,
y
dale al cascabel y todo alrededor
el
címbalo has de andar tañendo cibelino.
Ellas
solas irán a posarse a los sitios
que
hayas perfumado, y según su costumbre
se
esconderán solas muy dentro de los nidos.
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