Por la mañana, los cubos de agua donde beben los mastines llevan una capa de un dedo de hielo. Las agujas de cristal estrellado están también en el charco que han formado las roderas del camión cuando vino a traerme la tierra del huerto, y en las rugosidades de las juntas de las losas y en la boca del canalón. Otros cubos están a resguardo, los perros han podido beber durante la noche, pero no quiero que se quemen la lengua con el hielo y lo saco como si fuera la tapa de un bote de pintura, haciendo palanca con una estaca. El agua se estremece en ondas de apretada transparencia, más densa pero también más limpia. Cuando entro al taller, siento que los dedos se me pegan a la llave inglesa que había venido a buscar. Es posible que el frío cuaje el aire de modo que los objetos parezcan ateridos.
Es cielo está cubierto, la luz será la misma en cualquier hora del día. Paso revista a los efectos del hielo. Puse a resguardo unas clavellinas que trajimos de Valencia y nunca se habían visto sometidas a estas temperaturas. Aparentemente han aguantado bien, están algo tiesas pero los tallos no se han puesto más oscuros. Un último brote de la parra que cubre la casa cuelga con sus zarcillos quebradizos, las hojas detenidas en un rojo vinoso y sus nervaduras verdes cubiertas de escarcha. Puede que se caigan antes de llegar al ocre. Están algo encogidas, como abarquilladas, y junto a ellas los tallos ya leñosos, descoloridos, se confunden con el color arena clara del revoco de los muros.
Pican los nudillos de las manos, pero antes de sacar los guantes y ponerme en funcionamiento me quedo quieto unos segundos para sentir cómo el frío me envuelve y si me descuido me rompe los capilares de los pómulos igual que parecían romperse los nervios de la parra. Respiro y el vaho se confunde con el de los mastines cuando los abrazo. Hundo los dedos en su pelo ya más espeso, les acaricio la piel caliente de la cara. No aguantaré, como ellos, mucho más tiempo. Por primera vez está justificado no salir al jardín y postergar cualquier faena, y gozar del frío a rachas, mientras salgo a por leña y me dejo arañar por los filos helados de la escarcha que blanquean las hojas de los membrillos.
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