Me ha venido a la memoria estos días un personaje de la infancia, amigo de mis padres, un hombre afable, simpático y dicharachero, siempre con algún chiste nuevo que contar, el más entusiasta cuando se trataba de organizar una excursión o una comida vecinal, cuando había comidas vecinales. A mí me gustaba verlo sonreír, era la alegría personificada. Solía fijarme en un diente de oro que llevaba, tan habituales entonces, que daban un aire de cierto prestigio vital, como si no fueran producto de la piorrea sino de algún lance secreto.
Siempre lo había visto con gente, iluminándola con su buen humor. Un día lo vi solo, en un banco del recién construido parque Los Fueros, la primera vez que lo hicieron, porque al poco de inaugurarlo empezó a hundirse. Estaba construido sobre los escombros de la guerra y no tenía consistencia. En todo caso aún no era costumbre pasear por él, y mucho menos sentarse. Pero allí estaba él, solo, serio, con la mirada perdida, dejando que un cigarro se le consumiera entre los dedos. No tenía cara de tranquila satisfacción ni tampoco de cansancio, estaba como desconectado, como descansando de sonreír, y sobre todo, o esa impresión tuve yo entonces, parecía muy triste.
Ahora pienso que aquel vecino era un espléndido actor. Cuando estaba con otros llenaba el tiempo y el espacio con sus carcajadas, nunca pesadas ni protagonistas, porque su principal habilidad era que quien estaba con él se sintiera más importante que de costumbre. Pero entonces, en el parque, solo, era la viva imagen del hastío y también de la resignación, que viene a ser un tedio sin angustia. Los actores profesionales están ahora parados, y los demás, todos, también. No es necesario actuar. El público, cuando se tiene, es de la máxima confianza. En el trabajo no hay que ponerse la nariz de payaso, ni ser lo que quieres que los otros piensen que eres. El papel de aquel vecino era estar contento. Cuando no había público quizá se viniese abajo. Vivía solo, su madre había fallecido antes de que yo naciera. Él también murió hace tiempo, y no tengo nada claro qué habría sentido en una situación como esta, cuál de los dos habría sido en su confinamiento, si el hombre que no para de alegrar a los demás por teléfono, o el que se hunde sobre su propio pasado.
loable su actitud y mas todavía si no era su esencia.
ResponderEliminar"Dar es dar" como dice Fito...