Todos los años intento someterme a rigurosos manuales sobre poda y siempe acabo haciendo caso a lo que me dijo una vez un primo mío: «Tú corta las que tiren para adentro y para arriba, y au», y más o menos es lo que termino haciendo, llevado más por la intuición y por cierto sentido estético que por cualquier otra norma. Y así repelo el árbol de ramas finas y despejo los muñones en los que han crecido varas demasiado juntas, y corto en forma de y griega las que tiran verticales, consciente de que al año que viene multiplicarán la letra y la que tire más al interior habrá que podarla entera.
Ni siquiera creo que haya que podarlo tanto, porque pasa con la poda que uno empieza cortando una ramilla como con temor a hacerle daño y termina serrando ramas gruesas que se salen de la simetría ideal. La decisión de acabar con una rama que lleva creciendo tres o cuatro años termina siendo un acto casi instintivo. Es entonces esa misma falsa idea estética del arbolito regular la que obliga a detenerse antes de dejarlo en cuatro palos desnudos y salvajemente mutilado. Un año iba a venir un experto en poda pero ese mismo invierno decidió abandonar su faceta docente. Al año siguiente, nuestra poda intuitiva hizo que unos árboles estuvieran preñados de frutos y los otros no tuviesen más que alguno de muestra. Desde entonces nos regimos por el mismo criterio autodidacta que empleamos en el huerto: lo que un año sale bien, al siguiente se repite; lo que sale mal, se olvida.
He intentado localizar un libro de José Antonio del Cañizo. Es un ingeniero agrónomo diseñador de jardines de prestigio como los de Almuñécar y de Málaga y diletante autor de literatura infantil. Creía recordar que era el autor de una teoría de poda que tengo anclada en la memoria. Ahora tras la infructuosa búsqueda en mi biblioteca del tratado de jardinería que yo recordaba ya dudo que este sea el origen de lo que te voy a contar.
ResponderEliminarLa poda, como casi todo en la actividad humana, se debe orientar al fin que se desea alcanzar. En tal sentido, hay tres tipos de poda, a saber: la poda frutal, la poda ornamental y la poda maderera. La primera, autodefinida, sirve a la producción y precisa una poda que facilite la recolección con árboles de ramas accesibles. La poda ornamental busca la estética y la sombra. Puede ser urbana para vestir calles o paisajística para habitar jardines. La poda ornamental busca árboles altos y frondosos. Poda frutal y ornamental comparten reglas comunes. Se deben podar las ramas que se dirijan al suelo, hacia el tronco, se crucen o crezcan muy cercanas. Se trata de darle aire (y con él, vida) al árbol. En ambas podas, y como regla para la reflexión, el corte de calibres mayores a 4-5 cm de diámetro son un error presente o del pasado por mala planificación. La diferencia frutal y ornamental se diferencian en la planificación de crecimiento del árbol. Recuerdo unos maravillosos olivos con poda ornamental en Jerez que crecieron majestuosos tantos metros de altura y envergadura que tarde en reconocerlos. En nada se parecían a los de los aceituneros altivos de Migul Hernández. Eran bellísimos y dibujaban un jardín singular que se grabó en el recuerdo y hoy alimentan la nostalgia de aquella ciudad.
Por último, la poda maderera es el objetivo de la producción industrial de tablas largas y sin defectos para lo cual se debe procurar el crecimiento rectilíneo y sin defecto (nudos) de los árboles. Se posarán las ramas frecuentemente y muy finas para poder obtener tablas limpias.
En fin, no encontrado el libro no puedo aseverar la fuente de la perorata pero me ha servido para contestar un texto que me ha llegado de sosiego, estimado Antonio. Buenas noches y gracias por ser capaz de arrancar lo extraordinario de lo cotidiano.
Gracias, Alfredo. Igual te refieres al libro 'Diez temas sobre frutales', de varios autores, que editó el ministerio de agricultura.
ResponderEliminarA pesar de lo que pueda sugerir la foto, fuimos extremadamente cuidadosos, y seguimos más o menos los principios que tú apuntas. La foto es de una higuera que dejamos como arbusto y se desparramó de tal manera que las ramas se combaron hasta el suelo y se enredaban en los árboles de alrededor, y no daban higos, así que decidimos cortar por lo sano.
Por lo demás, eso de «arrancar lo extraordinario de lo cotidiano» es otra herencia barojiana, espero. Un abrazo.